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Carta abierta a la juez Alaya

Agustín Martínez
Periodista

Ni respeto, ni comparto, señoría, su actuación. Desproporcionada, peliculera, partidista y absolutamente parcial. Su aplicación de la Justicia es radicalmente contraria a la que exige el más elemental sentido común y el ciudadano de a pie. Ni su troley decimonónico, ni su perfil de esfinge repetido hasta la saciedad en las fotos de portada y en los titulares de televisión pueden ocultar que actuaciones como las ordenadas por usted este martes. Están claramente orientadas al titular fácil y el aplauso de sus hooligans, más que a servir al interés de la justicia, que a lo que se ve, doña Mercedes, es muy secundario para usted. No es que sus actuaciones estén claramente dirigidas a influir en la vida política, que también; es que son tan brutalmente desproporcionadas y solo se explican desde el terror que usted impone. Que no hayan sido revocadas una y otra vez por sus superiores es una de esas anomalías que solo pueden producirse en este país.

Mercedes Alaya
Ordenar la detención como usted ha hecho de la exdelegada de Empleo de Granada, en su domicilio, a primera hora de la mañana y en presencia de sus hijos pequeños, solo sería explicable si estuviéramos hablando de un asesino, narcotraficante o mafioso internacional. Hacerlo en la mañana de un martes, para no tomarle declaración hasta el mediodía del miércoles -lo que supone mantenerla detenida más de 24 horas en dependencias policiales, donde debió pasar la noche- es de una crueldad solo propia de alguien con serios problemas de empatía humana. Montar una operación digna de un terrorista internacional, para dejar después en libertad a la “peligrosa” Marina Martín, sencillamente no tiene nombre. Qué pena, señoría, que se haya olvidado de las cuatro características que según Sócrates deben adornar al juez: “Escuchar cortésmente, responder sabiamente, ponderar prudentemente y decidir imparcialmente” ¿Las recuerda, Sra. Alaya?

¿Qué pretendía, señoría, con semejante película? ¿Qué interés para la Justicia ha conseguido hundiendo a una excelente persona y causando un trauma que no olvidarán sus hijos mientras vivan? ¿Necesita, Sra. Alaya, humillar a sus semejantes para restañar algún trauma personal e intransferible? ¿Cree de verdad que con semejantes barbaridades está de verdad haciendo justicia? Humildemente creo que no, que usted se cree dueña de vidas y haciendas y que ha perdido la humanidad, que es el más elemental principio de quien tiene la responsabilidad de aplicar la justicia.

Las sospechas sobre la actuación de Marina Martín han sido tan “graves” que hasta usted no ha tenido más remedio que ponerla en libertad tras su interrogatorio, mientras que la Fiscalía Anticorrupción no le ha imputado delito alguno ¿De verdad era necesario someterla a una experiencia digna del peor de los delincuentes? ¿Se ha puesto por un momento, señoría, en la piel de sus víctimas? Porque con sus métodos el justiciable deja de ser un ciudadano sujeto de derechos para convertirse en una simple víctima, sin necesidad de juicio, ni de condena.

¿Cree, señoría, que Marina Martín se hubiera dado a la fuga si en lugar de enviarle a la Guardia Civil le hubiera ordenado presentarse en su juzgado el día y la hora que hubiera tenido a bien? ¿Sospecha que hubiera hecho desaparecer documentación irreemplazable para el caso? No, Sra. Alaya, sabed que nada de eso hubiera ocurrido, pero me temo que usted, como W. R Hearst, no permite que la verdad la estropee un buen titular. Créame que lo siento. Odio la corrupción tanto como el que más, venga de donde venga, pero no todo vale, doña Mercedes, y machacar, humillar y vejar a sus semejantes de la forma que usted lo está haciendo no tiene justificación posible.

El tiempo y una justicia más imparcial que la suya dará y quitará razones, pero cuando muchas de sus víctimas actuales acaben este procedimiento sin reproche penal alguno ¿cómo resarcirá la tortura que les ha hecho pasar, sin más justificación que creerse, como usted se cree, por encima del común de los mortales? Seguramente ni se lo habrá planteado, demostrando así que la Justicia es para usted algo absolutamente secundario. Una pena.

Por último, señoría, no siga dando razones para pasar a la historia por la definición del Cardenal Richelieu: “Dadme dos líneas escritas a puño y letra por el hombre más honrado y encontraré en ellas motivo para hacerlo encarcelar”.

PD. A su disposición para lo que sea menester.