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La vuelta del caudillo

Antonio Felipe Rubio
Periodista

Esto de los debates se vuelve un poco cansino por la reiteración en los aspectos estéticos: quién brilló como estadista, quién se reafirmó en el liderazgo, quién hizo perder los papeles al contrario… en definitiva, una “pasarela” exhibicionista para lucir, competir y, como colofón, contentar a la parroquia respectiva.

Del debate poco se habla de las propuestas y soluciones que faciliten la vida de los ciudadanos. Lo mediáticamente llamativo se circunscribe a una pillada de la vicepresidente, Celia Villalobos, jugando en la tableta mientras intervenía Rajoy. Y no es para menos que nos fastidie este tipo de comportamientos que desdoran la pretendida nobleza, entrega y responsabilidad que se pretende otorgar a la política. Así, con estos comportamientos, se da munición a los que señalan como “casta” a estos/as que van de sobraos y que justifican sus miserias con el estrés del peso de la responsabilidad del Estado.

Pablo Iglesias
Dejando atrás la pellejería del “deWater”, es especialmente preocupante la reacción antidemocrática de Podemos al convocar una rueda de prensa-asamblea en la que Pablo Iglesias vuelve a proclamarse como el principal partido de la oposición y, con ofensiva chulería, reta a Rajoy a debatir en un cara a cara como “corresponde a un presidente y al líder de la oposición”. O sea, que unas encuestas y llenar la Puerta del Sol se convierten en refrendo popular que, por espontánea aclamación, elevan a un parlamentario europeo de una formación que está representada en Bruselas con 5 (cinco) europarlamentarios y lo impulsa como líder “indiscutible” de la oposición.

Lo peligroso del caudillaje de Pablo Iglesias radica en el concepto “democracia”; especialmente cuando se trata de un profesor universitario de Ciencias Políticas; es decir, un profundo conocedor de las reglas de juego, procedimientos, legitimidad… del modelo democrático y Estado de Derecho. Este asalto al liderazgo, que sólo se consigue a través de las urnas, revela la auténtica identidad, ideología y lo que se puede esperar de los que, con conocimiento de la perversión democrática perpetrada, se erigen en salvapatrias y guías del pueblo esperando el hálito de la turba enardecida. Caudillaje en toda regla.

No olvidemos que Iglesias utiliza deleznables recursos históricos para arrogarse su liderazgo y asestar el golpe de protagonismo ilegítimo y antidemocrático. Sin ir más lejos, el 12 de abril de 1931 las elecciones municipales otorgaron el triunfo de la izquierda en más de 40 capitales y, sin más encomienda, los radicales proclamaron en 48 horas la II República. O sea, te presentas a unas oposiciones de notario; y si apruebas, ya eres neurocirujano.

El comportamiento de Iglesias no debiera excitar más allá de la calificación de un iluminado que pretende saltar por encima de las urnas urgiendo una regeneración tan revolucionaria como antidemocrática. Este es el modelo que consolida las dictaduras comunistas (bolivarianas, cubanas, coreanas, soviéticas…). Y, sean dictaduras de comunistas o fascistas, se pertrechan de la precariedad y sufrimiento ajenos para echar sal en la herida de los más débiles abriendo las puertas hacia un populismo que deviene en lo que vemos en Venezuela y otros ejemplarizantes arquetipos de libertad, democracia… y administración de la miseria.

El comportamiento de Iglesias no sólo le define como bulto sospechoso para respetar las reglas democráticas; también le acredita como un profesor poco recomendable de Ciencias Políticas. Ya me dirán de quién así actúa, cómo estará ilustrando a los alumnos en la Complutense.

En todo caso, no nos vendría mal un escarmiento definitivo para conocer en carne mortal qué significaría caer en manos de estos revolucionarios. Lo malo es que, una vez entran, salir cuesta sangre, sudor y lágrimas.

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