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El fantasma de Arenas

Javier Caraballo
El Confidencial

Un político se consagra en la excelencia cuando trasciende de sí mismo. Arenas lo ha conseguido; ese animal político, que ha surcado todas las tormentas desde la Transición, cuando comenzó llevándole la cartera a Clavero Arévalo, ministro de la UCD, se reinventa cada mañana en su despacho y, a estas alturas de su trayectoria, no parece que pueda haber ya nada que consiga tumbarlo. Administra las derrotas electorales con la misma eficacia que las victorias, y encaja los escándalos políticos que le afectan con la misma facilidad que los lanza envenados al adversario.


Arenas ha trascendido, sí. Ya no le es necesario estar físicamente en los sitios porque su presencia invade los ambientes, determina las decisiones, congela las iniciativas. Es como un fantasma que se esconde debajo de la mesa en la que conspiran contra él, que mira por la cerradura, que oye a través de las paredes. Por eso gana las batallas, como esta semana cuando ha tumbado en la lona a Cospedal, porque ha llegado a un grado de sofisticación en la política que es muy difícil de igualar. Sabe dominar los silencios mejor que las palabras; maneja la presencia con la misma eficacia que la ausencia.

Había que ver la escena del Partido Popular andaluz el lunes pasado, cuando sólo faltaba un día para que se acabara el plazo de presentación de candidaturas al congreso regional del partido, a principios de marzo. En los días previos, algo más de una semana, todos habían guardado silencio, nadie quería dar un paso adelante, pero llegados a ese punto, a ese día, los nervios se desataron. Mariano Rajoy, que era quien previsiblemente tenía que resolver el conflicto interno y señalar a un candidato, no sólo no abría la boca, sino que al día siguiente, el martes, se largaba a Turquía a una cumbre bilateral. Cualquier llamada de teléfono al respecto siempre incluía la misma pregunta: “¿Pero Rajoy ha hablado?”. Era posible imaginarlos, inquietos, aturdidos, desconcertados, pendientes de una voz que no llegaba. Rajoy no hablaba. Nada decía. Ninguna indicación, ningún nombre, ningún gesto. Qué hacer.

Muy entrada la tarde, alguien decide romper la incertidumbre. José Luis Sanz, que hasta entonces no había querido formalizar sus intenciones, decide dar un paso adelante. Y detalla su estrategia. Al día siguiente, el martes, se irá a la sede del PP andaluz y, desde allí, desde su despacho de secretario general, llamará a los ocho presidentes provinciales para anunciarles su decisión y demandarles su apoyo. Luego, en rueda de prensa, presentará públicamente su candidatura al congreso del PP andaluz. A esas horas, Sanz está tranquilo, confiado, seguro de lo que le han dicho quienes lo alientan, principalmente la secretaria general del partido, María Dolores de Cospedal, y el presidente regional, Juan Ignacio Zoido. Está convencido porque le han dicho que su candidatura tiene el respaldo de la dirección nacional del PP y que Rajoy, en esta ocasión, no va a intervenir “para no darle a la oposición el discurso hecho del dedazo”.

El Confidencial se hace eco de ese momento, a últimas horas de la tarde del lunes. Trasciende la decisión de Sanz y hierve un poco más la tensión interna. “Pero ¿y Rajoy? ¿Ha hablado ya Rajoy?”, repiten una y otra vez. Para todos, internamente, está claro a esas horas que Cospedal ha movido ficha y Arenas, sin embargo, no aparece por ninguna parte. Un presidente provincial se desespera a esas horas, piensa que Arenas lo ha engañado porque le prometió que alguien llamaría en nombre de Rajoy y el teléfono no ha sonado en todo el día. ¿Será verdad que Cospedal gana la batalla, que impone a su candidato? Tic, tac, tic, tac. Pasan las horas y Arenas sigue guardando silencio.

Cuando despierta el martes, todo está dispuesto para que José Luis Sanz presente su candidatura. Pero algo se interpone, lo que ya nadie esperaba: ha hablado Rajoy. Y el elegido no es Sanz, sino un joven malagueño, secretario de Estado, Juan Manuel Moreno Bonilla, apreciado por la mayoría de los presidentes provinciales que gravitan en torno a Javier Arenas. La candidatura de Sanz se desmorona como un castillo de naipes, Cospedal desaparece y Moreno Bonilla reúne en menos de 24 horas más de 9.000 avales. Demostración de fuerza con mensaje inequívoco. Sólo le exigían 90 avales, pero presentó 9.000; al congreso sólo acudirán 1.566 compromisarios, pero presentó 9.000 avales.

No, no era silencio, era estrategia. Arenas sólo aguardaba a que su rival entrase en la ratonera. La misma llamada que hizo Rajoy el último día, a última hora, podría haberla realizado el fin de semana antes y el desenlace habría sido el mismo, lluvia de avales en las horas siguientes a favor del candidato señalado por el presidente. Pero de esa forma, las líneas que separan la victoria de la derrota no estarían tan claras como ahora. Tal y como han ocurrido las cosas, desde el primer instante todo el mundo sabe bien quién ha ganado, quién ha perdido y quién ha tenido que tragarse la candidatura. No, no era silencio, era el queso de la ratonera. Dicen que en algunos despachos todavía pueden oírse las risas de un fantasma.

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