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De nuevo, Pérez-Siquier

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Un fotógrafo en La Chanca. La mirada de Carlos Pérez-Siquier (Almería, 1930) gestó una forma de contemplar el barrio almeriense a mediados de los años cincuenta. No regresó al barrio pero permaneció en él con su personal memoria silenciosa, en blanco y negro, fundamentalmente. Hay otros viajes y numerosos encuentros en su trayectoria. En el color, elucubrando en la abstracción de lo que esconden las paredes de La Chanca. Vino después el mundo cotidiano de las calles y pueblos de Almería y sus personajes destacados. Y la visión de las playas, de los visitantes, de los turistas, de los objetos mediterráneos. El sentido del Sur. Una síntesis de todo ello está en la exposición Pérez-Siquier, esencial, que muestra en el Centro de Arte de Almería (blanco y negro) y en la Diputación (color) los fondos del fotógrafo almeriense en el Museo Ibáñez de Olula del Río.

Carlos Pérez Siquier / mcu.es
La Chanca ha marcado la identidad creadora del fotógrafo, en momentos tan rutinarios, aparentemente, como la niña en el marco de la puerta de la cueva (1957), un gitanillo sonriente (1957), el gesto vivido ante la cámara sin romper la espontaneidad del momento con un fulgor resplandeciente (1960). En el recorrido de la mirada están los encuentros con la ropa tendida, la venta de la fotografía de encargo de una boda o una primera comunión; momento de encalar la pared arrugada; o el baile, o los juegos infantiles, o la actitud permanente de la anciana, con el rostro hierático y el pañuelo sobre la cabeza, dejando pasar el tiempo; o cuando una vecina barre la calle, puede que sea al atardecer o en las primeras horas del día.

En 1997, Pérez-Siquier me confesó en una entrevista: “El principal motivo entonces fue La Chanca. Primero fueron fotos en blanco y negro que correspondían a una España en gris. Es una fotografía social, comprometida, humanística. La visión de este modelo de fotografías nos había golpeado desde el extranjero a través de revistas y de autores como Cartier-Bresson o Edward Steichen. Rompía con todo lo anterior y para mí esas fotos tuvieron mucha importancia… Destaco aquí las gentes y su dignidad, la alegría de los niños del barrio, el encuentro de miradas, la esencia de las interioridades del barrio. Huyo del morbo del subdesarrollo, aunque está presente. También veo la belleza de sus casas. Es el entorno el que se impone al personaje… Mi obra recoge la imagen del hombre, donde vive el hombre, las personas y su transformación por las presiones de la televisión. Se ha perdido sinceridad. Ahora La Chanca sería diferente. Yo uso la fotografía con un gran respeto al medio. No hay trucos ni manipulaciones. Mis fotos son a cámara limpia. Todas mis historias son encontradas. Hay distintos argumentos pero un mismo lenguaje.”.

En la planta superior del Centro Arte se encuentra la colección recuperada de lo que fue aquel encuentro con La Chanca (1956-1960), donde se concilian la realidad y la memoria con una puesta en escena, que envuelve todo, casi cinematográficamente (neorrealismo): personas y objetos, la calle y los interiores, los rostros y el espíritu popular colectivo. Es una visión cercana, al descubierto, lejana para acercarse a la realidad sin tapujos. Y los vecinos devuelven su complicidad hospitalaria al fotógrafo, con gestos de cercanía hacia el visitante. No hay opciones a la mentira en este escenario. Todo es verdad. Por eso también aquí encuentra cobijo el cante jondo.

En la exposición hay otros momentos: retratos de personajes, de un entorno cultural cercano al fotógrafo: Julio Alfredo Egea (1972), Carmen Pinteño (1972), Perceval (1973), Capuleto (1973), Juan José Ceba (1986), José Miguel Naveros (1972), Paco Alcaraz (1984), una pequeña muestra que rompe la armonía de la exposición, y que mejor podría ser objeto de otra exposición monográfica.

El orden de las imágenes en color, en el patio de luces de Diputación, merece una revisión, para otra exposición más acertada en este aspecto. Lo que sí esta claro es que, en estas circunstancias de distinta puesta en escena, la atmósfera del blanco y negro, con su luz más personal, en la obra de Pérez-Siquier, se ha impuesto al color.

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