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Periodismo de provincias

Manuel Leguineche
Periodista

Se nos ha ido el gran maestro del periodismo Manu Leguineche. Como homenaje a su figura reproducimos a continuación su artículo 'Periodismo de provincias':

Larra nos contó que escribir en España era llorar. No se mató por eso, que él bien que cobraba sus artículos, sino por mal de amores, pero su frase ha quedado ahí prendida para recordarnos que la realidad ha cambiado poco, sobre todo para los periodistas de provincias. Del interior, cabría decir con más propiedad.

En lugares donde no existe una tradición periodística, donde ni se han fabricado ni vendido diarios resulta tarea difícil, si no imposible, abrirse camino. Lo que falta es el lector. La tarea es lenta y difícil. Los periódicos y otros medios privados del soporte de la publicidad, malviven. ¿Cómo, en esas condiciones van a prosperar los periodistas? Malviven todos.

El editor, pongamos que un hombre de negocios que cree que la información es poder, se enfada un día porque ha entrado en déficit. Está enfadado el director porque el dueño se impacienta, está enfadado el redactor jefe porque el director da muestras de nerviosismo y así, si te descuidas, hasta el último becario. Resulta tarea complicada sobrevivir con éxito en esas circunstancias. Donde no hay harina, todo es mohína. La tarta publicitaria casi nunca alcanza para todos.

En este oficio es necesario el estímulo. Creo que se estimula poco. También cabe alguna culpa en determinados profesionales jóvenes. Por lo general salen desvalidos de sus academias o universidades. Han cometido un error, que es el mismo que se comete en el matrimonio, lo han idealizado y de pronto se dan de bruces con la realidad. La gran mayoría de estos jóvenes a los que he conocido eran gente maja, bien dispuesta, con ganas de aprender. Otros, en cambio, venían para tomar el micrófono de Gabilondo o Del Olmo y pasar por caja para empezar a cobrar como ellos. ¿Cuántos son los afortunados, los elegidos?

Esta carrera es vocacional y de largo aliento. Conocí a un muchacho, que recién salido de la “Facul” pretendía ocupar un puesto de corresponsal en Bruselas porque sabía algo de economía. Otra marisabidilla me dijo en tono enfadado que ella rechazaría una entrevista que yo le encargara con Sara Montiel “porque no era su género”.

Otro empezó la entrevista entonando esa conocida cantinela (que oculta a tantos mediocres): “aquí sólo encuentran trabajo los enchufados” “Yo quiero ser corresponsal de guerra y no puedo porque ustedes han copado el camino. Viajar e informar cuesta mucho dinero, usted acaba de volver de Argelia donde ha cubierto los desórdenes, pero sólo ustedes, las vacas sagradas, pueden permitírselo. ¿Qué hacer?”.-Mira, muchacho, le dije, viajar de Alicante a Orán en una silla en cubierta porque los aeropuertos están cerrados y las plazas de cama vendidas, me ha costado 5.000 pesetas, el hotel en Orán 2.000 pesetas por noche. Eso es todo. Si has venido a pedir consejo y no a echarme una bronca, te diré que hemos trabajado como camareros en Londres, en hospitales en Frankfurt o París con objeto de invertir luego en nuestros viajes y proyectos. He ido dos veces en coche a la guerra de la ex Yugoslavia. Invierte en ti mismo. Te compras unos cuantos libros sobre Argelia, haces en el archivo fotocopias de informaciones sobre ese país, y cuando te sientas equipado y llegue la ocasión, te vas allí, escribes y se lo envías a quien te ofrezca una oportunidad. Nadie te va a dar nada gratis. Han pasado los tiempos en que los jóvenes venían pidiendo un carnet de prensa y fondos para los primeros gastos. Hay que actuar de otra forma.

Luego, para calmar las ínfulas, le sometí a un juego un poco perverso:

-¿Lees los periódicos?
-Claro…
-Sé sincero, ¿lees los diarios y las revistas?
-Hombre, no todos.
Terminó por confesar que no, que les echaba un perezoso vistazo porque los consideraba poco “interesantes”.

Esa es la prueba para el que quiere ser periodista. Pregúntale si lee los diarios. Es que no se los leen, pero no sólo ellos sino unos cuantos de los profesionales hechos y derechos, dispuestos a despreciar cuanto ignoran. Al salir de la Facultad, todo está por hacer, como antes.

He procurado recibir a los jóvenes aspirantes a un puesto de trabajo. También a mí me tocó ese doloroso rito. Pronto te das cuenta si vienen rebotados de otros oficios, si de verdad están dispuestos a la travesía del desierto, a sacrificarse si hace falta. Ninguno superó el interés de Mariano Guindal, que vino a verme a la agencia de prensa que entonces dirigía. Era hijo de viuda de albañil caído del andamio; rubiaco, las guedejas le caían sobre la frente; tenía un ligero frenillo en la lengua que hacía que tartamudeara un poco:

-Mire, don Manuel, me dijo, no me lo tome a mal, pero ¿puedo saber cuánto le paga usted a la señora de la limpieza?

Se ofreció a trabajar ocho horas diarias por el mismo salario. Y si hiciera falta limpiaría la oficina. Sentía curiosidad por todo, al margen del horario. En cuanto sucedía algo noticiable, se ofrecía como voluntario. ¿Será periodista el que esté dispuesto a dar un paso al frente, sobre todo cuando la información merece la pena? El resto es rutina. Cuanto menos se trabaja, menos ganas dan de trabajar.

Las conferencias de prensa son imagen del desinterés o el desánimo que gana algunas redacciones. En pocos casos se preparan bien. Ya preguntarán los demás. ¿Qué cuesta tirar de archivo, de Internet para informarse un poco? Son muy pocos los que preguntan.

-Adjudicado, le dije a Mariano Guindal, empiezas hoy mismo.

Hoy, Mariano (esto parece un artículo para el Selecciones del Readers Digest) es uno de los periodistas punteros de información económica desde La Vanguardia de Barcelona.

No quiero ponerme paternalista, pero el reportero debe formarse, autoformarse, buscar, leer, indagar, tratar de conocer a fondo su especialidad. Aprender a escribir bien, sin alardes retóricos, una cosa sencilla que te permita acceder a la prensa escrita, la radio, la tele. Saber escribir te valdrá para todo, hasta para formar parte de los gabinetes de comunicación.

Es verdad que hay crisis de trabajo y que un “no” rompe con las expectativas y las ilusiones de los rechazados. Todos hemos tenido que esperar. Aquí hubo una época en que todo el monte era orégano, se multiplicaron las revistas, los diarios, los gabinetes de comunicación, las radios y emisoras de televisión. Puro espejismo, puro humo. No había una base industrial suficiente como para que se cumplieran los sueños de todos en un país de bajo índice de lectura en el que triunfan, sobre todo, la prensa deportiva y las llamadas revistas del corazón.

Yo he sido periodista en provincias, mientras estudiaba Derecho y Filosofía, primero en Bilbao y luego en Valladolid. Trabajé en el diario El Norte de Castilla bajo la batuta de un gran hombre en todos los sentidos, Miguel Delibes. Lo que Miguel me dijo fue que como del periodismo no vivía nadie, lo mejor que podía hacer era terminar la carrera de Filosofía y Letras y aprobar una ayudantía de cátedra. “Con eso y con el periódico podrás vivir” añadió.

En efecto, un rápido vistazo a la redacción del diario, te permitía comprender que todos allí estaban pluriempleados, uno en el ayuntamiento, otro en correos, otro en el catastro o en las oficinas del club. El propio Delibes era profesor de mercantil por la mañana, novelista por la tarde y periodista por la noche. Así, en esa idea nos criamos, con más vocación que otra cosa.

Ha corrido mucha agua bajo los puentes del Pisuerga. Las nuevas tecnologías han cambiado la faz y el alma de los periódicos y de los medios en general. Los han enfriado un poco. En los ya asentados como El Norte de Castilla, con tiradas decentes, los periodistas gozan de todas las ventajas, sueldos dignos, seguridad social, etc…

El problema empieza en ciudades en las que -la información cuesta cada vez más cara- montas un diario nuevo, o una radio o una estación televisora. Hay una enorme competencia, las cuentas de la publicidad no salen para todos. Perdida la ilusión, si alguna vez existió, llega la hora del muermo. Una lucha titánica para ordeñar la vaca de la publicidad institucional, una llamada a los amiguetes de la naciente industria local. ¿Hay alguna paginita para mí, media página, un faldón? Hasta algunas emisoras de las cadenas nacionales tienen dificultades para sobrevivir. Antes, en mi época, sobrevivir era para algunos redactores de provincia, vivir de los sobres. Hoy observo que algunos directores tienen que doblarse, y no solo en provincias, en jefes de publicidad (o algo parecido).

¿Qué tipo de independencia se puede esperar en esas condiciones si el que negocia la cartera de publicidad y las tarifas es el director del diario?

Si eres valiente, si arremetes, porque se lo merece, contra alguna institución o empresa preponderante, lo que te juegas es el futuro. Pero es que, además, en todas partes, un medio informativo, sea de la Galaxia Gutemberg o de la galaxia Cronkite, si tiene un tejido amplio de relaciones o de conexiones o de filiales o intereses o de amistades establece un cordón sanitario en torno: mucho cuidado con tocar esta empresa o la otra, porque lo que te juegas es la madre del cordero, la publicidad. Estás en sus manos. O sea, que hay minas e hipotecas por todos lados.

Si haces un periódico acomodaticio para quedar bien con la inmensa mayoría lo que resulta del compromiso, del pacto con el diablo es algo plano, átono. Como en tiempos de Franco, mandarán lo que no irrita al poder: los socavones, los goles y los sucesos.

Por no tocar se termina por no tocar nada. Eso sí, todos los periódicos, las emisoras se llamarán de manera pomposa independientes. ¿Independientes de qué y de quién? En ocasiones resulta difícil deslindar en algunos medios dónde empieza la información y dónde termina la publicidad.

Las editoras son conglomerados tentaculares en los que mandan las cuentas de resultados, los balances, los beneficios y todo eso. Y en ese plan, ese espíritu recorre toda la empresa, tanto que a veces la deshumaniza. Los beneficios, es obvio que una empresa no puede salvarse si no es autosuficiente. Es signo de los tiempos. Antes éramos más pobres, pero es posible que más románticos.

Es patética la figura de esos advenedizos que con aires de Ciudadanos Kane cutres trampean con sus medios, sablean por aquí, convencen por allá para, con la ayuda de becarios mal pagados, seguir chupando del bote. Tengo un amplio dossier sobre algunos de estos personajes. Son los turiferarios de sus jefes que, ellos sí, cuentan con un medio para acumular poder o para desatar una campañita, para hablar bien o mal cuando convenga. ¿Qué tipo de satisfacción moral o profesional se puede sentir trabajando a las órdenes de estos que se dicen periodistas, que se pasan la vida insultando a diestro y siniestro? Dale un periódico a un mediocre envidioso y verás lo que sale.

¿Era éste el poder redentor del periodismo de que nos hablaban en la Facultad? Para los jóvenes periodistas la clave está en prepararse bien técnicamente. Cargar las pilas de la experiencia. Practicar. Saber esperar. Cualquier especialidad, desde sucesos a necrológicas, es válida en el aprendizaje. Si no vales para esto, o no te gusta, deja de sufrir, pon una mercería o dedícate a las relaciones públicas, es lo que han acabado haciendo muchos periodistas, oficios nobles donde los haya. Si estás pendiente del reloj para irte, si te niegas a coger el teléfono, no vaya a ser una noticia, si te “alagartas” en la redacción para pasar inadvertido como en la mili, esto no es lo tuyo.

Yo me hinché a mandar artículos gratuitos y espontáneos a los medios de mi región, por solo el placer de verlos publicados. Me hinché a entrevistar a los grandes genios futbolísticos o deportivos de la época, Di Stefano, Kubala, Gento, Zarra. De nada de eso me arrepiento, al contrario. Como nunca me arrepentí de que Miguel Delibes me nombrara enviado especial de El Norte de Castilla a las inauguraciones de las fuentes en los pueblos de Tierra de Campos, campos de tierra.

Llegábamos en el “jeep” del gobierno civil. Se subía el gobernador al balcón del ayuntamiento, echaba un discurso que siempre empezaba así: “cuando el sol cubre de tinte rosado las lomas”. Citaba a San Ignacio de Loyola, se cantaba el “Cara al Sol” mano en alto, se inauguraba la fuente, luego venía la cuchipanda y vuelta a Valladolid. Hasta de eso saqué provecho.

Claro que si un joven redactor o redactora, a lo que aspira es a seguir viviendo en Madrid, si la distancia se lo permite, abstraerse de la problemática local y seguir con la cabeza puesta en las cosas y avatares de la capital, apaga y vámonos.

Ésta es una profesión en la que hay que trabajar duro, aunque algunas empresas no se lo merezcan. Si porque no mola, pasas de ir a la inauguración de fuentes, a un pequeño incendio local, a la cobertura de una agresión con arma blanca, a un robo espectacular, a un accidente en la carretera comarcal, habrás perdido una oportunidad para enriquecerte, no en el aspecto económico, sino en el de tu formación personal, en tu enriquecimiento humano.

En una ocasión, hace unos años, encargué a una becaria -los becarios son en numerosos lugares, incluso rimbombantes, el peso de la redacción- a eso de las diez de la mañana que rescribiera una información de un folio. Llegadas las dos y media de la tarde vino a mi despacho y me dijo:

-Me voy a comer, director, ¿necesitas algo?
-Necesito el artículo, querida Carmen.
-No te preocupes, en cuanto vuelva del restaurante lo termino.
-Pero ¿tú sabes que en este oficio no se come? Han pasado cuatro horas y media…

La becaria volvió a su mesa y concluyó, todo hay que decirlo, sin ningún rictus de amargura, el trabajo encomendado.

Fue una suerte para mí haber podido trabajar en un periódico de provincias. Había tajo de sobra en todas las secciones, buenos compañeros, una dirección cabal, respeto mutuo, sentido del humor (esencial), y sobre todo curiosidad por la vida, por la profesión.

Nunca fui tan feliz como cuando esperaba, ya de madrugada, junto a la rotativa la primera tirada del diario. Me gustaba mancharme las manos de tinta y luego, con el redactor jefe, Carlos Campoy, comerme en el bar de al lado un bocadillo de anchoas regado con vino blanco de Rueda. 500 pesetas era mi sueldo al mes. 

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