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La ola del Melillero

Iván Gómez
Jefe de Local de Diario de Almería

“¡Pipas, cacahuetes, garrapiñadas!". Con su cesta cargada de chucherías, una gorra marrón desgastada y camiseta de tirantes, un vendedor de avanzada edad recorre la playa de Nueva Almería desde El Palmeral. Son las seis y cuarto de la tarde y aprieta el sol más allá del espigón. Los niños con sus manguitos juegan en la orilla bajo la atenta mirada de los socorristas en su torreta. Apenas sopla el viento, las sombrillas ni se inmutan. 

Casi treinta grados de temperatura, algo menos bajo el chiringuito del Tío Pepe, dónde suena la última de Melendi. Un padre se sienta en una de las mesas que tienen sobre la arena con sus dos hijos y les advierte: "Ya mismo llega la ola". Están expectantes. Y no son los únicos. El tsunami de las seis y media está a punto de aparecer. Dos señoras, de tez morena, por no decir achicharradas de largas tardes de verano bajo el solano, se incorporan de su descanso. Aparcan las revistas del corazón en una bolsa de esparto, se frotan con un poco más de bronceador y, conscientes de lo que está por venir, dudan a la hora de alertar o no a los que han optado por acampar en primera línea. "¿Les avisamos?" "No sé, díselo a esa madre con sus niños, pero a esas no, que parecen muy pijas".

Cuando se aproxima esa hora, a los bañistas más avezados ni se le pasa por la cabeza poner sus sombrillas y toallas cerca de la orilla. De hecho, algunos inician una poco discreta retirada de treinta metros, mientras los más pequeños esperan ansiosos la llegada de un virulento oleaje que, lejos de ser un fenómeno natural, se debe a la arribada del ferry que atraca en el Puerto de Almería procedente de Melilla.

Es el buque Sorolla de Acciona Transmediterránea que, con 174 metros de eslora y 27 de manga, alcanza una velocidad máxima de 22,7 nudos. Construido en el año 2001, es rápido, demasiado para los que acostumbran a ver los barcos en altar mar petrificados. Una vez que aparece su silueta en el lejano horizonte, se planta en un tris tras en las instalaciones portuarias. El espectáculo está a punto de comenzar y se ha conformado un vacío donde antes había tumulto.

Y es que en las playas de la capital en estos días de julio y agosto no es fácil hallar un solo hueco, salvo el momento en el que se aproxima la ola del Melillero. Los playeros inexpertos no son conscientes de la fuga de otros bañistas y no dudan al tratar de aprovechar el chollo. Plantan sus bártulos y pertrechos de veraneo en una zona que en cuestión de minutos se convertirá en la pantaneta de Abla. Craso error. Acabarán empapados por la cólera de Poseidón, un misterio marítimo que se produce por la acción antrópica y que se repite cada día con puntualidad británica en las playas de Nueva Almería.

Las boyas amarillas son las primeras en sufrir el azote del melillero. Una vez que saltan hacia el cielo, no hay casi tiempo de reaccionar. En segundos la playa está patas arriba. Se produce una sucesión de unas diez olas en un periodo de dos o tres minutos, pero la primera es la letal. Nadie se escapa del remojón. Ni los teléfonos móviles, ni los bocadillos, ni las toallas... algunos jóvenes gritan, otros salen corriendo y los bañistas que estaban expectantes ríen a modo de Berengario el Tractorista. Toda la playa está en pie mirando a la orilla, como si proyectaran una película en alta mar.

Es tan incomprensible que una vez que la embarcación ha llegado a Puerto se produzca el epicentro de un maremoto a dos kilómetros que nadie atiende a las razones de la física. Es la misteriosa ola del Melillero que siempre está a su hora. De hecho, también visita a otras provincias. En las playas de Málaga tiene hasta grupos en las redes sociales: "La Ola del Melillero no me pilla este año". A 50 personas les gusta esto. También hay vídeos en Youtube. Ya es un símbolo veraniego por el que algún que otro incauto acaba empapado cada tarde cuando disfrutaba de las playas de Almería.

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