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La moral del dinero

Miguel Ángel Blanco Martín  
Periodista 

El dinero es un fantasma con un gran y enorme latifundio junto a otro latifundio y otro latifundio… Y así sucesivamente. El resultado es que la mayor cantidad de dinero está en manos de muy pocos. Y ellos dominan el mundo, desde las sombras subterráneas y casi nunca aparecen en la superficie. El dinero no tiene patria, aunque sus poseedores alardeen de patriotismo. El dinero es el poder, lo crea, lo manipula, lo distribuye con cuentagotas, decide quién puede disfrutar de ello y quién no. El dinero es arrogante, orgulloso, lleno de soberbia, de avaricia, nunca tiene bastante, siempre quiere más, hasta lo mínimo que puede estar en manos pequeñas, por muy poco que sea. Lo quiere todo.

Unos pocos euros
El dinero es dominador, violento, muy violento, genera todas las guerras que haga falta para conseguir sus fines. El dinero invade todos los territorios. La justicia está a sus órdenes y el juez que ose actuar con legitimidad y honradez será descalificado, ultrajado, expulsado, silenciado. El dinero construye dictaduras, manipula democracias, políticos y parlamentos. Utiliza la política como otro instrumento de poder si es necesario. El dinero ha usurpado el pensamiento civil y las religiones en todos los lugares del mundo, hasta conseguir que el poder eclesiástico pase a integrarse en su sistema.

El dinero es corrupto, terrorista, con sus propias armas, con capacidad para movilizar ejércitos, invadir países, derribar regímenes cuando es necesario para sus objetivos, pero, sobre todo, usa la calumnia, la persecución sin límites, maneja como nadie la difamación.

El dinero se apropia de las riquezas naturales, de todo lo que sirve a sus intereses de poder, como un juego entre poderosos, a ver quién gana más, sin importarle la naturaleza, a la que ha condenado a muerte.

El dinero a veces se disfraza con la máscara de la generosidad para presentarse como salvador del mundo, un dinero con un rostro caritativo para seducir a los que nada tienen y convertirlos en leales súbditos sin escapada.

Cuando la evolución de los tiempos le es poco favorable, el dinero se aísla, se esconde, se refugia en lugares inaccesibles. Desaparece. A lo largo de la historia, el dinero cambia, genera una particular metamorfosis de sus formas, de su sistema, de su identidad y se convierte en humo, en cifras, números, datos estadísticos que viajan e invaden todos los lugares del mundo. Internet es su gran territorio amurallado, donde se siente a salvo. Les recomiendo la película “Margin call” (director: J. C. Candor). Verán cómo el dinero es un fantasma que provoca el caos internacional (“la crisis”) sólo a base de números, de vender humo, sin fabricar nada. Y el resultado es la miseria, más miseria, más tragedias, de millones de cadáveres deambulando por todos los continentes. El resultado es que los dueños del dinero son cada vez más poderosos y acaparan más riqueza. Para ellos, la vida es un permanente negocio. Y sonríen, siempre triunfadores de su éxito. A pesar de que a su paso han llenado la historia, la vida, nuestras vidas, de cadáveres.

La cuestión es que el dinero no soporta la moral de la realidad. No la soporta, pero la utiliza. Y esa es también su gran debilidad, su derrota, no poder soportar la resistencia de quienes se niegan a claudicar ante los dueños del dinero, a quienes miran cara a cara con su única arma, libre y pacífica, la palabra personal, lo que nunca el dinero podrá arrebatarnos.

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