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Trenes de papel y hojalata


Pedro M. de la Cruz 
Director de La Voz de Almería 

Los almerienses tenemos un sentimiento especial con el tren; una ensoñación mágica; una añoranza  infantil de aquellas mañanas de Reyes en que nos convertíamos en arquitectos de estaciones perdidas; en ingenieros de caminos, canales y puentes de plástico; en conductores de locomotoras de hojalata. Los sueños tienen siempre el perfume de la infancia.

Pero el ferroviario es un perfume que nos persigue durante toda la vida. Sólo así puede entenderse -y comprenderse- que las aspiraciones ferroviarias de esta provincia recorran una vía siempre interminable y siempre salpicada de túneles por los que puntualmente acaba saliendo una aspiración que durante un tiempo permaneció oculta en el imaginario colectivo. El soterramiento, el AVE, la línea Guadix-Almendricos o el Corredor Mediterráneo son cuatro vagones informativos que discurren durante semanas por los túneles del silencio informativo para acabar deslumbrando un día en la luminosidad de los titulares. Siempre recorren el mismo camino; como aquellos trenes de la infancia.

El problema es que a los sueños siempre les sigue el bostezo del despertar y a las ensoñaciones la realidad. Hay ilusiones que sólo pueden construirse en el entramado de la imaginación y proyectos que solo se levantan sobre la inconsistencia del humo.

En una época de crisis como la actual -que es sistémica, no coyuntural- plantear reivindicaciones como la antigua línea que cruzaba el Almanzora o creer que el Corredor Algeciras-Francia es un proyecto viable, es vivir varios metros por encima del suelo. Cuando los recortes llegan hasta el último pliegue del Estado del Bienestar, pensar en la viabilidad de estas aspiraciones es un ejercicio inútil que solo conduce a la melancolía. No se puede estar cerrando servicios sanitarios, ampliando ratios escolares, reduciendo profesorado, eliminando derechos que deberían ser intocables (como los que establece la Ley de Dependencia), subiendo impuestos y bajando prestaciones, y estar pensando que es posible construir caminos de hierro por los que, quizá, un día lejano pase un tren cargado de mercancías o viajeros, inexistentes, hasta ahora, las unas y los otros.

La crisis que atravesamos está provocada por multiplicidad de factores de desigual cuantía, es cierto, pero todos importantes. Uno de ellos (y no menor) es la generosidad irresponsable con que las distintas administraciones se comportaron durante años, llevando a la práctica de una realidad que no los demandaba miles de proyectos de coste millonario que, por su uso minoritario, o constituyen un lujo para quienes los utilizan, o ha acabado por ser un insulto (cuando no un robo), por su inutilidad total: ahí está el aeropuerto de Castellón y otros ejemplos de inutilidad altísimo coste.

Con la Alta Velocidad entre Guadix y Almendricos y con el Corredor Mediterráneo correríamos el riesgo de acercarnos a ese precipicio. Ya sé que no es popular escribir esta valoración (todos queremos más, y más y más y mucho más…), pero la realidad es incompatible con las construcción de castillos en el aire por muy romántica que sea su elaboración. Cuando se suprime un médico en urgencias o un profesor en un instituto no podemos pensar en proyectos faraónicos de rentabilidad social más que dudosa.

Lo que no alcanzo a entender es que esta verdad que nadie discute -priorizar las inversiones- por los primeros que es olvidada es por los políticos.

Hay que ser osados para presentar como una realidad casi a vuelta de calendario el tren del Almanzora o el Corredor ferroviario desde Málaga mientras las autovías que cruzan esos dos territorios todavía no tienen fecha de terminación cuando tantos años llevan desde su inicio.

Es cierto que el papel lo aguanta todo y que las palabras se las lleva el viento. Tan cierto como que la memoria colectiva es débil y la capacidad de olvido infinita. Sólo así puede entenderse que los ciudadanos continúen soportando unos comportamientos que insultan la inteligencia de quienes los protagonizan, pero, también, de quienes asisten a su puesta en escena desde la indolencia o, lo que es peor, desde la complicidad militante.

A veces pienso que el primer mandamiento social debería ser “No engañar”. Si así fuera muchos de nuestros políticos no habrían salido nunca del infierno.

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