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Un lugar almeriense para el cine de Antonioni

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista, Asociación de Escritores y Críticos de Cine de Andalucía

La historia de The reporter (The passenger) (1974) de Michelangelo Antonioni (Ferrara 1912, Roma 2007) transita por calles de Almería capital, Aguadulce, Rioja, Retamar, Cabo de Gata, Vera y Tabernas. Sus imágenes muestran el lugar simbólico para la mirada del cineasta, para la aventura de un corresponsal de guerra que suplanta la personalidad de un traficante de armas, según una historia de Mark Peploe. Y cada paisaje se transforma por el cine y su imagen.

Antonioni llegó a Almería con su trayectoria de cineasta intelectual con sentido crítico, que indaga en el mundo burgués, especialmente con su trilogía: La Aventura (1960), La Noche (1961) y El Eclipse (1962). El principal cine de Antonioni destaca porque desmenuza el mundo roto de la gran burguesía italiana. El ojo de la cámara, para ello, se mueve con un detenimiento encomiable, por lugares urbanos, con una lentitud creadora que capta en silencio cada objeto, transformando el paisaje en una radiografía de la decadencia. Y este sentido de la mirada es lo que transmite Antonioni en el extraordinario plano-secuencia con que concluye El reportero.

El plano-secuencia, poco más de seis minutos, rodado en el exterior de la plaza de Toros de Vera, fue un enigma técnico admirado. El ojo cinematográfico se proyecta sobre el interior de una habitación con un personaje. El espectador acompaña lentamente el movimiento hacia el exterior, atraviesa los barrotes de un gran ventanal con reja, contempla un paisaje con personajes que van y vienen, una mujer desorientada, un hombre al fondo, un perro, un niño, un coche de auto-escuela, la guardia civil, los ‘grises’ y la búsqueda del personaje. Y sin ninguna interrupción la mirada se proyecta de nuevo hacia el interior de la casa muy lentamente. Es el latido de una realidad en conflicto. Sólo por este plano-secuencia El reportero ocupa un espacio destacado en la historia del cine. Para su rodaje Antonioni se valió de un raíl en el techo de la habitación y de una gran grúa de 30 metros en el exterior. De todas maneras, desvelar cómo se resuelven los enigmas creadores de la imagen es poner al descubierto lo que se esconde detrás de la gran pantalla. Y esto último, la imagen y su latido, es lo que de verdad importa.
La estancia en Almería del cineasta italiano trajo la presencia de Jack Nicholson (New York, 1937) y María Schneider (París, 1954). El actor había saltado al reconocimiento cinematográfico en Easy Rider (1969), de Dennis Hopper. La actriz protagonizó con Marlon Brando la película ‘escándalo’ de la época, El último tango en París (1972), de Bertolucci. La expectación de su presencia en Almería capta pues la atención de la información, a veces como espacio cultural, a veces como espectáculo de la fama ante una opinión callejera hipnotizada, todavía en los prolegómenos de una transición en España que presagiaba grandes cambios.

Antonioni llegó a Almería el 9 de agosto de 1973. El rodaje se centra en el centro de la ciudad en unas escenas de persecución de coches, por Puerta Purchena, el Paseo, Plaza Circular. El 13 de septiembre el rodaje sitúa a Antonioni, Jack Nicholson y María Schneider en Vera. Y allí conocen la noticia: el golpe de Estado de Pinochet en Chile y la muerte de Salvador Allende; comentan la realidad internacional y muestran su protesta por el golpe de Estado al corresponsal de Ideal, Antonio Torres. En el anecdotario de la película está la denuncia de María Schneider contra un fotógrafo paparazzi que la acosaba y que tuvo que entregar el negativo a la actriz por orden judicial. O la incorporación a una escena de Manolo, el panadero de Rioja.

En 1994, Antonioni recibe el Óscar honorífico a su trayectoria, con unas palabras de Jack Nicholson: “En los espacios vacíos y callados del mundo, él ha encontrado metáforas que iluminan los sitios silentes de nuestros corazones y hallado en ellos también una belleza extraña y terrible, austera, elegante, enigmática y obsesiva”. Es la mejor manera de expresar el espíritu oculto del cine, encerrado en Antonioni.

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