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Rehabilitaciones polémicas del patrimonio

Jesús Muñoz
Escritor
¿Qué ocurriría si, paseando por los pasillos del Museo del Prado, nos encontráramos con el cuadro de Las Meninas restaurado de esta guisa? La mayor parte de los visitantes se echarían las manos a la cabeza por el destrozo de la obra. Sin embargo, habría quien argumentaría que la restauración es la adecuada. Incluso trataría de hacer ver que no entendemos de arte y por ello no nos gusta. Nos explicaría como la figura guarda los volúmenes y la forma de la original, alegaría que en el siglo XXI no se puede pintar como en el XVII y que lo restaurado no puede mimetizarse con lo antiguo.
Fotomontaje de Las Meninas
Esto puede sonarnos extraño en ciertas ramas del arte, pero en la arquitectura lo vemos demasiado a menudo. En los últimos tiempos estamos sufriendo una serie de restauraciones en nuestro patrimonio que a muchos colectivos y personas sensibles con el arte o la historia nos aterran. En nuestra provincia tenemos casos flagrantes y recientes como la restauración de la muralla de Jayran, el nuevo Hospital Provincial, el ateneo de la calle Almedina, en la capital, o el mausoleo de Abla, el castillo de Bacares o la torre de Overa,  en nuestra provincia. Y estos son un par de ejemplos al azar. Por toda la geografía española encontramos actuaciones de este tipo más  o menos conocidas, pero siempre polémicas. Es por ello por lo que debemos entender que se trata de la corriente generalizada en la arquitectura actual. Sin embargo, con este tipo de tendencias tenemos que ser cautelosos, puesto que una intervención desafortunada en la actualidad se puede convertir en un desatino durante siglos.

Hace tiempo me comentaba un aparejador de los sesenta que en su época querían levantar edificios que emularan a los grandes rascacielos americanos, símbolos de la modernidad y el buen gusto, que la arquitectura tradicional de Almería la veían como un recuerdo  trasnochado que sólo perpetuaba la penuria y ruina del pasado. Es más, me comentaba que preservar este patrimonio era una moda pasajera y que en cincuenta años volvería a cambiar para terminar de derribar las pocas edificaciones antiguas que quedaban. Creo que hemos superado estas posturas y  se ha sensibilizado la mentalidad de conservación del patrimonio. Pero todavía queda mucho camino por recorrer.
En estas últimas décadas la destrucción del patrimonio histórico ha continuado, por mucho que se respeten alturas,  volúmenes o huecos.  Las construcciones de estos años se sobreponen visualmente frente a las antiguas, continuando la desfiguración sufrida en los centros históricos durante los años sesenta y setenta. Paseando por nuestras calles vemos edificios, no tienen por qué ser exclusivamente monumentos, hablo también de arquitectura popular, donde observamos restauraciones agresivas o remontes que deforman la naturaleza de las construcciones sobre las que se levantan.  Los centros históricos no pueden ser considerados como un conjunto de edificios independientes o singulares disgregados en un área determinada. Son un lienzo, más o menos deteriorado, que debemos recuperar poco a poco ayudados por un plan que lo trate como una unidad. Desde el mobiliario urbano o las aceras hasta las fachadas o monumentos más representativos.
Para ello es indispensable el trabajo de equipos multidisciplinares. No se puede dejar esta labor en manos exclusivas de arquitectos o ingenieros. Estos colectivos demasiadas veces pecan de un intento de protagonismo y perpetuación de su obra personal. El trabajo debe tratar de ser respetuoso, sutil y mimético ante el ojo inexperto y reconocible para el ojo experto. Al igual que un cuadro restaurado no es detectado por un profano, un profesional detectará las diferentes técnicas pictóricas, los trazos y pinceladas modernas. No hablo de engañar. Un visitante, un curioso o un ciudadano cualquiera debe tener la información real de cuando ha sido levantado un edificio y si ha sido restaurado o si es un calco de uno antiguo.
Pero no podemos sobreponer la obra moderna frente a la antigua alegando una supuesta incapacidad de replicar un estilo constructivo, la adecuación a una nueva funcionalidad o la mezcla de estilos o épocas existentes en nuestras ciudades y pueblos. En los cascos antiguos, si no han desaparecido por completo, prima una época o estilo concreto y están delimitados en una zona especifica (en las ciudades grandes incluso pueden existir varias).
Por poner un ejemplo, en nuestra Almería el estilo sería el neoclasicismo y el historicismo de finales del siglo XIX y principios del XX y este hecho no quita que existan algunas construcciones medievales, renacentistas o barrocas. Tampoco estoy hablando de levantar en el Toyo o La Vega de Acá casas con molduras en las ventanas y puertas. Pero sí hacerlo en una zona delimitada y concreta de la ciudad como es el centro histórico, para ir recuperando la estética propia de estas calles. Tenemos suficientes fuentes y registros fotográficos de estas edificaciones como para dejar poco espacio a la fantasía.
No quiero terminar mi artículo sin recalcar un hecho. En ningún caso estoy criticando la arquitectura moderna. Es más, animo a los arquitectos a ser valientes innovando en sus construcciones futuras. Pero éstas deben realizarse en las zonas de nueva construcción. Quizás si dejan volar su imaginación, dentro de muchos años, estás zonas y sus creadores sean referentes del estilo que han desarrollado en estas décadas.
Esto obviamente exige una visión a futuro compleja de conseguir, tanto para estos colectivos, muchas veces encasillados por las tendencias que les inculcan en las politécnicas. O para los políticos que regulan las construcciones. Y el trabajo es aun más arduo si a esto añadimos la desidia y el desprecio por nuestra propia historia y patrimonio que tenemos los almerienses. Solo espero que poco a poco, y generación tras generación, esta actitud vaya cambiando su rumbo hacia una dirección en la que todos acabemos sintiéndonos más orgullosos de lo nuestro.

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