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Paisaje para después de la victoria y la derrota

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Cuando en la noche del domingo aún no habían terminado de contarse las papeletas para elegir a los futuros senadores -un tiempo inútil: el resultado ya se sabía (y, total, para qué sirve el Senado)-, PP y PSOE, el triunfador y el derrotado, las dos caras de la noche, ya habían comenzado la campaña andaluza. bLa política tiene sus ritmos, los políticos sus urgencias y unos y otros habían dejado claro desde hacía meses que el 20N era el partido de ida de una eliminatoria en la que se juega, no quién gana, sino si el PSOE queda laminado y para años.

Desde que Zapatero, en una más de sus ocurrencias, anunció con cuatro meses de antelación la fecha del 20N -¿por qué no convocó las elecciones para principios de octubre, ahorrando así al país sesenta largos días de rumbo perdido en medio de la tormenta y ahorrándose (a él mismo) una agonía tan amarga?-, desde aquel julio del anuncio y aún antes, se sabía que la incertidumbre del resultado electoral no estaba en quién ganaría, sino en hasta dónde llegaría el PSOE en su caída.

Confirmada la certeza del triunfo abrumador de los populares y de la derrota estremecedora para los socialistas, la duda se sitúa ahora en quién será el futuro presidente andaluz; no en quién ganará las elecciones, sino en quién ganará el poder. La victoria del PP ha supuesto un terremoto de grado 9 en la escala Richter de la política andaluza. Nueve puntos de diferencia entre populares y socialistas en Andalucía que sitúan a Arenas a un paso del Palacio de San Telmo.

En marzo el político andaluz vivirá su llegada a la tierra prometida después de treinta años de éxodo por el desierto autonómico o sufrirá su cuarta caída camino del calvario. No hay, no cabe otra posibilidad. Rajoy lo sabe. Como sabe que no es con la estrategia escrita en el antiguo testamento de Aznar con el que, los dos, alcanzarán la tierra prometida. La obstinación aznarista por el radicalismo ideológico nunca encontró en Andalucía un territorio propicio. La intransigencia, a veces santa por su vinculación con las posturas más conservadoras de la jerarquía católica, no es un mensaje de fácil cultivo en una tierra en la que nadie cree en el apocalipsis y menos en sus profetas y en la que las penas se lloran cantando. Este radicalismo dialéctico y conceptual no ha sido el único obstáculo para que el PP llegara al poder en Andalucía; hay muchos, muchos más, pero sí ha sido un gran aliado para los que querían permanecer en el. Eso lo sabe Arenas. Y lo sabe Rajoy.

Quien espere una campaña basada en conceptos ideológicos sobre el centralismo antiautonómico, el aborto como pecado, los gays como pacientes de una enfermedad a curar o las células madre como una investigación diabólica para romper la voluntad de Dios, es que está instalado aún en el antiguo testamento del aznarismo. El PP va a estructurar su mensaje- lo lleva haciendo meses- en la economía, madre de todas las batallas, y en el paro, su hijo predilecto. Sabe que ahí son invulnerables- el 30 por ciento de paro es dinamita contra el PSOE- y de ahí no se va a mover. Lo demás, todo lo demás, sólo les interesa al fondo sur de la derecha extrema y esa feligresía está tan asegurada que sólo hay que alimentarla con algún tonto de partido y algún predicador de TDT.

El congreso de febrero será una exhibición de moderación, una ostentación, tan sincera como diseñada, de unanimidad, una manifestación colectiva de respaldo a Arenas como el enviado de Rajoy en Andalucía. El PP de Rajoy ha doblado el cabo de las tormentas ultramontanas y sabe, bien que sabe, que ahora lo que preocupa a los andaluces es la crisis. Por eso se eligió Sevilla para un acto electoral que durará tres días. Como durará tres noches el congreso previsto por el PSOE, también en febrero, también en Sevilla y con una semana de antelación. El cambio del ciclo horario es premeditado. Porque mientras los populares airearán al sol de la mañana la unanimidad sin fisuras que siempre se construye sobre la llegada al poder, los socialistas aprovecharán la penumbra nocturna para recorrer el laberinto

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