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El Corredor

José Fernández
Periodista

Es probable que los quioscos almerienses exuden esta mañana un ecuménico aroma de satisfacción por el anuncio de la inclusión de Almería en el pretendido Corredor Ferroviario Mediterráneo. Y así debe ser, porque el tema se lo merece y porque la economía provincial no podía quedarse al margen de una conexión fluida con nuestro entorno comercial y exportador. A nadie escapa que lo contrario hubiera sido no ya un jarro de agua fría, sino un iceberg en el cogote.

Ahora bien, no deja de sorprender la inusitada eclosión de parabienes y presatisfacciones que está provocando una noticia que, en el mejor de los casos, nos colmará de gozo a medio/largo plazo, mientras que el presente de nuestras comunicaciones ferroviarias es tan manifiestamente pellejero. No me tilden de aguafiestas, porque no se trata de ponerse en contra de la corriente, como tampoco se trata de buscar un hueco a codazos en el corifeo de satisfechos oficiales. Hay que valorar las cosas en su justa medida y lo que está claro es que hay que saludar el anuncio de la futura inclusión de Almería en el trazado previsto, qué duda cabe.

Pero conviene matizar el entusiasmo porque, no lo olviden, los pasajeros que hoy viajen en tren desde Almería hacia Sevilla (pobrecitos) o los que se trasladen en Talgo a Madrid (mi solidaridad con ellos) a lo mejor han comprado algún periódico para entretener las largas y desatendidas horas que van a tener que afrontar y a lo mejor acaban pensando, después de ver los titulares, que toda esa satisfacción apriorística no es más que una forma, refinada y maléfica, de tocarles los vagones.

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