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Médicos en la encrucijada

Pedro M. de la Cruz
Director de La Voz de Almería

La noticia de que un grupo de padres ha denunciado ante el Defensor del Paciente y, a través de este organismo privado, ante el Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, la presunta mala praxis médica del área de Ginecología del hospital de la Inmaculada de Huércal Overa, acusándoles de su responsabilidad directa en la muerte de diez niños en el momento del parto, es un tema con tantos perfiles que sólo la prudencia puede evitar añadir más sufrimiento al ya padecido. La acumulación de confusiones que provoca el choque entre los sentimientos, la racionalidad, la estadística, la desesperanza y la inconsciencia es tan abrumadora que, para analizarlo, es preciso acercarse a su complejidad desde la calidez de la ternura, nunca desde la frialdad del bisturí. Vamos a ello.

Ver cómo llega la muerte cuando la vida aún no ha nacido destroza el corazón de quien durante nueve meses sólo lo acondicionó para la felicidad, nunca para la tragedia irremediable. Perder un hijo en el momento en que comenzaba a traspasar el umbral de la vida tiene que dejar en quien lo sufre una herida incurable, un vacío inexplicado, una pena inconsolable. Tiene que doler tanto ese dolor que cualquier reacción sólo puede mover a la comprensión.

El desgarro mostrado por algunos de los padres que perdieron a sus hijos mientras esperaban esperanzados su llegada a la vida en la puerta del quirófano sólo provoca compasión. Es tan irracional la muerte de quien no ha nacido que clamar contra los médicos que no pudieron esquivar la tragedia es, tan inevitable, tan inútil, como clamar contra el cielo que no quiso esquivar un destino que nunca tuvo escrito ese final.

Pero ese clamor tan comprensiblemente irracional -¿quién no comprende el clamor de esos padres ante su desgracia?- no puede hacer ignorar a los demás que, por  los espectaculares avances alcanzados en los últimos años en el espacio de la salud, estamos situando a los médicos (erróneamente y a pesar de su voluntad: ellos son los más conscientes de sus limitaciones) en el escalón anterior a la infalibilidad. Una posición perversa porque cuando la lógica del paciente se ve frustrada -el riesgo cero no existe y la infalibilidad tampoco-, la incomprensión asalta el conocimiento y los argumentos razonados son derrotados por los sentimientos.

La denuncia ha estado tan influenciada por los sentimientos que, hasta ahora y hasta que los procesos administrativo y judicial lo aclaren, todavía no se sabe con certeza cuántos fueron los niños fallecidos -once según algunos padres, diez según otros, nueve según el hospital-, ni quienes fueron: la gerencia del hospital asegura que al menos dos de los niños dados por los padres como fallecidos están vivos.

Pero si los padres están asistidos de toda la lógica en su derecho de que se disipen todas las responsabilidades que pudiera haber por parte del área de Ginecología, también les asiste a todo el personal sanitario de este servicio el mismo derecho a que, mientras no haya un informe oficial o una sentencia que dictamine lo contrario, nadie perturbe su cualificación profesionalidad, en cuya defensa esgrimen -y no es un dato menor- que la cifra de que la mortalidad perinatal en Huércal Overa -2,31por mil en 2010, año en que ocurrieron los actos médicos ahora denunciados- está por debajo de la media andaluza (4,38 en ese mismo año).

Las contradicciones son, a la vista de las posiciones en conflicto, tan sorprendentes que es imprescindible dejar que las líneas de investigación y denuncia culminen sus procedimientos antes de hacer una valoración sobre los comportamientos de quienes están implicados en los hechos.

Unos hechos que no sólo influyen en quienes se sienten víctimas o calumniados, sino que también impactan emocionalmente en quienes son o van a ser atendidos por el servicio cuestionado y, en última instancia, por todos los que necesiten asistencia en el centro hospitalario. Con el cruce de datos tan contradictorios se ha podido provocar la ruptura del sentimiento de confianza que debe existir entre el paciente y el médico provocando un daño emocional que a todos perjudica, pero sobre todo a las familias que demanden esos servicios.

La salud es un tema tan complejo que exige un máximo nivel de prudencia a la hora de acercarse a todas las situaciones relacionadas con su entorno. Que nadie juegue con ella. Nos va la vida en la partida.

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