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Acoso y derribo al pepino de Almería

Francisco Giménez Alemán
Periodista

No se tiene noticia de que en el medio siglo que Almería lleva cultivando productos hortofrutícolas se haya visto jamás una sola intoxicación ni que los mercados centroeuropeos, su destino principal, hayan acusado la más mínima contraindicación para su consumo. Los pimientos, los tomates y cualquier otra hortaliza de exportación cumplen los más rigurosos controles, impuestos por los mercados a los que se dirigen, y con frecuencia son objeto de análisis por sorpresa tomando aleatoriamente como muestra alguno de los cientos de camiones que cada día salen de El Ejido, de Roquetas de Mar y de los campos de Níjar. Parte de la producción se comercializa en el mercado interior y tampoco se tiene la menor noticia de que los mismos pepinos supuestamente tóxicos en Alemania hayan ocasionado ninguna enfermedad a los consumidores que los compran en las grandes o pequeñas superficies de Madrid, Barcelona e incluso en la plaza de abastos de Almería.

Lo que está ocurriendo con el pepino procedente de los invernaderos almerienses es cuestión que clama al cielo. Sin que existiese la certeza de que la bacteria E.coli había contaminado a las hortalizas en origen, las autoridades alemanas dieron la voz de alarma después de detectar casos graves de intoxicación, algunos con resultado de muerte. Nuestras autoridades contestaron de inmediato que la bacteria podía haber afectado a los productos en el transporte, en la descarga o en la manipulación antes de llegar a los puntos de venta. Y argumentaban con tino que en las pruebas realizadas a los pepinos a pie de invernadero no se había encontrado el menor resto del tristemente ya famoso E.coli. La actitud de los responsables de la sanidad germana solo puede ser calificada de terrorismo alimentario. La caída en picado de la comercialización del pepino en toda Europa ha causado daños irreparables a la agricultura almeriense, cuyos pequeños empresarios, generalmente familias, están incinerando toneladas del fruto ante la imposibilidad de exportarlo.

El caso huele a podrido, y no precisamente porque los pepinos se hayan descompuesto. Huele a podrido porque parece una maniobra para desacreditarlos y quién sabe si para acabar con la competencia de unos productos de irreprochable factura, cuya cualidad principal es la de su temprana cosecha y puesta a disposición de los mercados extranjeros, ya sea invierno o verano, llueva o luzca el sol. En los campos de cultivos tempranos de Almería se dan toda clase de hortalizas independientemente de la estación del año de que se trate, y de ahí su éxito en lugares donde no es posible encontrarlas en las épocas de frío y nieve.

El acoso y derribo que sufre nuestro pepino, y con él otras variedades hortofrutícolas no puede quedarse en las meras disculpas de los responsables del supuesto complot, sino que nuestras autoridades han de llegar hasta el fondo de la cuestión para devolverles su buena imagen ahora empañada por unos desaprensivos. Nos va en ello un reglón muy importante de la economía andaluza.
(El Correo de Andalucía)

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