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Cabo de Gata: Paisaje de los sentidos

Miguel Ángel Blanco Martín

Periodista


“Reivindico el placer estético de la belleza de Cabo de Gata” (José Ángel Valente, 1997)

‘La agonía del paisaje de Cabo de  Gata es inmortal’ (El espíritu del Cabo, Miguel Ángel Blanco, 1997)

El paisaje de Cabo de Gata es un refugio de ideas, de supervivientes, de sensaciones. Inspiración de lo cotidiano. Es un paisaje de silencio .que se construye desde hace milenios, en un diálogo permanente entre la humilde vegetación, el paso del tiempo de las ruinas, aljibes, torres vigías, fortalezas, el clamor de la minería, el eco de voces de las gentes que lo habitan. Paisaje transformado. Hay paseantes por la tierra, historias de la narrativa, sentido del verso, una escenografía teatral, un mundo de aventuras, en la serenidad de la imagen fotográfica, leyendas. Por aquí deambulan todavía las fantasías cinematográficas del héroe y los lamentos de Ulises ante el amor imposible de las sirenas en los arrecifes. La inspiración del paisaje explica las razones de los pintores que han escapado del ruido del asfalto. Frente a los tumultos se impone el enigma que muestra sus respuestas en los interiores personales. “El Mediterráneo es un modo de vivir y de representar”, son palabras del profesor italiano Albino Casamassina (Encuentro de las Culturas Mediterráneas, Almería 1992) que pone al descubierto las razones de una escenografía vital que alimenta el concepto cultural del paisaje del silencio.

Por el paisaje del Cabo transitan las gentes, los lugares de un hábitat humano que ha sobrevivido a base de ingenio, de adaptación, que ha moldeado elementos del paisaje y ha dejado en el horizonte un patrimonio etnográfico único en Andalucía. Los fantasmas de la supervivencia, para la realidad inalcanzable, se refugian en estos lugares recónditos: Rodalquilar, Los Albaricoques, Fernán Pérez, Las Negras, Las Hortichuelas, y recorren a diario El Mónsul, Isleta del Moro, Escullos.

Poesía, fotografía, lo teatral adquieren un sentido insólito en estos parajes que condicionan la mirada de cada autor. Se insinúa la reivindicación del progreso, como una gran pantalla que al final sirve para desvirtuar este tiempo detenido. Lo más vital es precisamente su capacidad de resistir a la agonía. Inmortal.

Una descripción del idealismo que mantiene el secreto del paisaje del Cabo con sus enigmas, aparece en el Manifiesto de Isleta del Moro, promovido por José Ángel Valente (1929-2000) en 1988, firmado por un colectivo de intelectuales, artistas, escritores, creadores en general: “Tal vez no sea suficientemente conocida la peculiaridad de esa zona inscrita en un triángulo, cuya base podría estar constituida por una línea ideal trazada desde Carboneras a Torre García y cuyo vértice se situaría en el Faro. Tierra árida batida por los vientos y erosionada por la violencia súbita de las lluvias: Tierra de Cabo de Gata. Belleza solitaria de las dunas, pobladas de matorrales espinosos de azufaifos. Quietud del atardecer en las Salinas, bajo el vuelo tendido de la avoceta o el súbito deslumbramiento de color y de líneas con que despegan los flamencos rosados, acaso, según se ha dicho, una de las más bellas aves de la Tierra. Altura y latitud de la sierra, habitada por el roquero o pájaro solitario y el águila perdicera que anida en los cantiles”.

VOCES

El sentido patrimonial de la esencia cultural es el primer dilema. “Cabo de Gata es un paisaje cultural imprescindible para nuestra identidad” (Antonio Gil Albarracín, 2000). Las voces envuelven a los espectadores en aras de un progreso que siembra de víctimas inocentes el tiempo de la historia. Es la principal amenaza a la razón del paisaje. “La crisis del medio ambiente es una crisis de civilización. La economía ha colonizado todo, hasta la ética” (Nicolás Martínez Sosa, en Almería, 1994), en unos tiempos en que el desencanto desemboca en el compromiso ecologista.

El momento de las sensaciones está en diálogo con el pensamiento crítico. Es la llave para entrar en el interior del paisaje. Idealización de una realidad extraña. De ahí las razones del tiempo aparentemente detenido, pero que se mueve al margen de la frialdad tecnológica. “La crítica es consustancial a la cultura. Para innovar hay que conocer a fondo de dónde se viene. Y eso exige que tiene que haber un sentido crítico con lo establecido” (José Guirao Cabrera, director del Museo Reina Sofía, en Rodalquilar, 1997). Reflexión sobre la actitud ante la vida que abre nuevos horizontes. En este momento, cuando el poblado minero de Rodalquilar, por ejemplo, intuye cómo se modifica su tiempo agónico y superviviente con la imposición de otro tiempo, se produce un proceso de conversión. Y siente el dolor de la metamorfosis. Se requiere, pues, el proceso interior de entrar en lo sagrado. “Viniendo de fuera, la retina se adapta con dificultad a la penumbra” (Juan Goytisolo, Campos de  Níjar, 1959).

El sentido creador busca respuestas en estos parajes. Hay momentos para la duda, para la intuición, por qué solo es aquí donde se produce el encuentro. Voces que justifican la razón de ser cultural. Lo popular impone la forma de vivir, que es precisamente lo que cautiva al viajero de estos lugares y le hace detenerse. Impone la serena quietud de la mirada del pintor, del fotógrafo, del poeta, del paseante anónimo, de quien busca sensaciones y siente cómo se remueve algo para proyectar a continuación el logro de las palabras.

La arquitectura popular, sus huellas, el patrimonio hidráulico reconvertido en fantasmas espirituales del misterio, la tecnología de una forma de ser en el paisaje rural, una forma de estar en el paisaje. El héroe sobrevive en este histórico ambiente hostil. Un ejemplo se presenta en un recorrido hacia Cala San Pedro, frente a la leyenda del suceso y el escándalo. El diario personal del periodista escribió: “En Cala San Pedro entra quien quiere. Y no todo el mundo quiere. La clave es el espíritu personal con que se quiera mirar uno de los paisajes simbólicos más elogiados y menos conocidos del parque natural” (1998) en medio de una prudente actitud de la vida alternativa.

El tiempo se ha encargado de forjar la vida cotidiana. Sin prisas, sólo posible en esta aridez, donde la sabiduría rural ha puesto nombre próximo a la vegetación, a la flora y ha sembrado de secretos la botánica de los pueblos para hacer milagros.

ESPIRITUAL

Enaltece el tiempo, la reivindicación de sensaciones. La principal referencia se proyecta desde José Ángel Valente, defensor de la identidad espiritual del Cabo en todos sus parajes, tras reivindicar el placer de la contemplación: “No se puede imponer nada entre el espectador y el mar”, cuando confesó “mi pasión por el Cabo, por la luz y el paisaje”. El poeta reivindica lo elemental primitivo, “una puesta de Sol en Cabo de Gata es alucinante”, con momentos concretos y situaciones vividas, “los cambios de luz en el paraje del Higo Seco son impresionantes. Y eso es algo que sólo se ve aquí”.

La síntesis del alma del Cabo quedó descrita por José Ángel Valente en el único poema que escribió sobre Cabo de Gata (4, octubre, 1992):

“El cabo entra en las aguas como el perfil de un muerto o de un durmiente con la cabellera anegada en el mar. El color no es color; es tan solo la luz. Y la luz sucedía a la luz en láminas de tenue transparencia. El cabo baja hacia las aguas, dibujado perfil por la mano de un dios que aquí encontrara acabamiento, la perfección del sacrificio, delgadez de la línea que engendra un horizonte o el deseo sin fin de lo lejano. El dios y el mar. Y más allá, los dioses y los mares. Siempre. Como las aguas besan las arenas y tan sólo se alejan para volver, regreso a tu cintura, a tus labios mojados por el tiempo, a la luz de tu piel que el viento bajo de la tarde enciende. Territorio, tu cuerpo. El descenso afilado de la piedra hacia el mar, del cabo hacia las aguas. Y el vacío de todo lo creado envolvente, materno, como inmensa morada” (Fragmentos de un libro futur’, 2000).

El encuentro poético de Juan José Ceba (Albox, Almería, 1951) con el Cabo está sobre todo en Dunas, para propiciar la mística del horizonte, ‘Luz que nace y que vuela’. El poeta almeriense se embriaga en la inspiración por el misterio: ‘Tierra, tiempo, tesoro, toqué la puerta del desierto y el oasis se abrió’ (1997).

La seducción del paisaje está presente en la obra de José Antonio Santano (Baena, Córdoba, 1957), Exilio en Caridemo (1998):

        ‘Mas en aquella soledad que cautiva
        la exacta arquitectura de los cuerpos
        que en amoroso reclamo rodaron por la arena
        y las aguas bañaron de pétalos y espuma,
        Despertó la voz enardecida del deseo’.

MEMORIA

La permanencia de las ruinas impone un sentido a la interpretación estética del Parque, frente a la ascendente concepción de la estadística económica. La tierra de nadie está en retirada. Los lugares sin nombre van en retroceso. Apenas queda la memoria. La reivindicación de los fantasmas que habitan los cortijos abandonados recorre los círculos del aire sin apenas eco. El clamor recorre en ocasiones un murmullo de voces imperceptibles. Desde aquellos tiempos en que se reivindicaba la protección del espacio natural frente a los proyectos desarrollistas. Vinieron otros tiempos, pero se mantiene el riesgo, “hay un expolio continuo del patrimonio histórico, arqueológico y cultural del parque (Grupo Ecologista Mediterráneo, 1992). La rehabilitación transforma el sentido de la identidad. Es el dilema. El enigma que encierra los sentimientos de la tierra. “La gestión de los parques naturales se ha hecho de espaldas al patrimonio”, advertía el historiador Antonio Gil Albarracín en 1994, en una trayectoria de estudio sobre un patrimonio histórico, que reclama para la Humanidad, entre atalayas, fortalezas, castillos en Rodalquilar, San José, Cala San Pedro, Escullos. En 1998, el I Encuentro Medioambiental alertó sobre el proceso de degradación, para que la memoria no fuera engañada. En 1999 Antonio Gil Albarracín reafirmó: “El patrimonio histórico es fundamental en el Parque Natural”, ante un paisaje que mantiene en pie las sombras de 14 fortificaciones, construidas entre los siglos XVI y XVIII. Y dos propuestas de monumentos naturales: El Cabo y El Hoyazo, el lugar de  observación de los siglos y el refugio del volcán de millones de años.

La principal generosidad del horizonte está en el patrimonio rural, el discurso que envuelve en una misma radiografía a 144 monumentos tecnológicos (aljibes, norias, molinos, molinas). Inscritos para ser declarados Bienes de Interés Cultural de Andalucía: 132 en Níjar, 4 en Almería, 8 en Carboneras. La historia anónima se mueve con señas de identidad, por ejemplo en los aljibes de la Joya y del cortijo Los Pacos en Aguamarga. Reivindicación del patrimonio etnográfico: “El aislamiento, así como su insólita belleza, han convertido esta zona, según la moderna voluntad estética, en un lugar de indudables valores artísticos que ha atraído a pintores, fotógrafos, escritores y literatos de muchos países… Hay cortijadas ruinosas que ya pertenecen al paisaje, recuerdan el pasado de lo que fue. Es importante el patrimonio en relación con el paisaje porque explica la historia del asentamiento” (Estudio de Juan Salvador Lopez Galán, Jaime López Gómez, Eugenio Cifuentes Vélez, 2000). Impone el sentido del espacio vivido y la universalidad social del lavadero y la noria.

Cortijo del Fraile (s-XVIII) es un símbolo por la tragedia. Ya bajo la aureola de la protección, que no ha impedido que el tiempo deje las huellas. La situación ha llevado a escritores de diverso origen y lugar a la proclamación del Manifiesto del Cortijo del Fraile. Un estudio arquitectónico pone en el horizonte proyectos varios. Museo etnográfico. El espíritu de ‘Bodas de sangre’ permanece por lo que pueda interpretar el viajero. El entorno del Fraile es un escenario mágico, un reducto fascinante en medio del proceso vital de las ruinas. “Llevo años imaginando el Cortijo del Fraile y me he encontrado con el paisaje como lo soñé” (Ian Gibson, 1998).

Patrimonio natural y cultural van unidos en esta memoria recuperada. Forman parte de la misma esencia, cuando ambos comparecen. Frágiles. Auténticos. Efímeros. Eternos.

El arquitecto Álvaro Siza ha construido en sueño su personal remodelación de un paisaje intocable. Recorrió estos lugares con José Ángel Valente y aprendió a mirar la belleza del Cabo donde cada lugar impone su identidad. Y así el arquitecto forjó su obra más imposible: “La parte central de la concepción de mi proyecto es el paisaje” (Alvaro Siza, 2000).

Existe la música, sentida en el Sur, “La pasión del Mediterráneo, ha marcado mi vida muy profundamente” (Paxariño, 2001).

El lugar de la escapada. La escritora madrileña Mercedes Soriano encontró en Las Presillas Bajas la razón de Don Quijote, el recuerdo de su primera lectura obligatoria que le persiguió toda su vida. Siguió oyendo el recuerdo de aquellos cuentos de su infancia en la radio y sus citas con la literatura al margen. Su escapada terminó en 2002. Recuerdo sus palabras: “Yo siempre he leído y escrito buscando más allá de lo concreto”. Su memoria permanece en el aire de este horizonte. “Las ruinas cobijan jardines inesperados, surgidos casi en absoluto recogimiento, al resguardo de la intervención humana, si bien son recintos preferidos por finos lagartos y abunda en ellas aleteo de pájaros, que se sienten al amparo sobre las ramas de los árboles gandules que prosperan en su suelo…” (Una prudente distancia, 1994).

Y Rodalquilar, espíritu femenino de liberación. “En Rodalquilar nació el espíritu rebelde y conciencia de lucha de Carmen de Burgos” (Paloma Castañeda, Carmen de Burgos, Colombine, 1996).

IMAGEN

Es la luz y su secreto. Agazapado en el éxtasis del momento, el fotógrafo siente el enigma de la mirada, la sensación de ser observado, que detrás de la aridez, de la sequedad de las rocas, en un tiempo determinado, existe un círculo de entrada a lo desconocido. Defensa para sobrevivir.

La imagen y la palabra dialogan con el paisaje. José Ángel Valente y Manuel Falces hicieron posible La memoria y la luz (1992). Recorrieron cómplices los senderos del interior. Asistieron ambos al mundo de las visiones, entraron en círculos inaccesibles. Simplicidad del aire. El poeta escribió: “Imágenes de imágenes de imágenes. Textos borrados, reescritos, rotos. Signos, figuras, cuerpos, recintos arrastrados por las aguas. Piedras desmoronadas sobre piedras. Lugar que ahora sobrevuela el polvo. Morada sin memoria, ¿quién te tuvo? Tiempo hambriento de ser empotrado en la noche. Siembras palabras y responden ecos, ecos de ecos en la bóveda incierta de la desolación. Dará todo el aire por un grito, la posesión del reino por un solo gemido. Abrieron los augures las entradas del dios y entregaron un cuerpo lacerado a los depredadores”.

Las nubes vigilan la actitud de una palmera y de unos cuantos árboles escuálidos que nunca soñaron con la vejez. Anochece. Para Falces fue un dia especial. El cielo se cubrió totalmente de la oscuridad de la gota fría. El arco iris es azul. Hay tres lugares que conformaron el sentimiento del fotógrafo. “Primero fue la playa de las Amoladeras. Tengo de ella recuerdos mágicos. Allí iba de niño. Llegué a encontrarme tortugas gigantes muertas, delfines agonizantes y un águila herida. Son recuerdos de mi niñez. Luego está el Faro, los arrecifes. Recuerdo que el cantante catalán Jaume Sisa me dijo una vez que él nació en un barco cuando pasaba frente al Cabo de Gata. También me ha impresionado Genoveses, todo el valle”.

Encuentros entre la imagen y el poema. Jean Chevalier y José Ángel Valente. La fotógrafa suiza encuentra su refugio más buscado en Las Presillas. El resultado es Campo, así en la tierra como en el cielo’(1994), “hay un mundo en vías de desaparición, de costumbres y gentes”, exclama el poeta en un itinerario por el paisaje de la aridez y sus gentes. Del encuentro afirma Valente: “Aquí escribo para la imagen. El poema sale el encuentro de la imagen. Es mi homenaje. Hay un gran arte en estas fotografías, que son un testimonio antropológico de primer orden. Es un mundo que está borrándose, desapareciendo. De ahí la melancolía de estas imágenes”. Hay razones para el refugio interior en Jeanne Chevalier: “Cabo de Gata fue siempre un sueño tremendo en mi vida. Siempre que estoy fuera y pienso en este paisaje me reconforto. Mi anterior libro, Calas, fue una meditación sobre el paisaje. Campo es el reconocimiento a un pueblo con gente pura, no destruido por la civilización. Por eso estoy aquí, me gusta trabajar donde estoy”.

El pensamiento poético se adentra en la diatriba sobre las razones de un itinerario y la transformación del paisaje, en busca de respuestas a las aspiraciones de las gentes y el futuro. La respuesta de Valente se adentra en la verdad de lo diverso, “el cambio es absolutamente necesario. Sin el cambio no hay vida. Pero una cosa es el cambio y otra la destrucción. Desde el clamor de la cultura hay que levantar voces ante la realidad. Me duele esta degradación”. Rememora la idealización de las palabras: ‘Ruinas, fósiles, esqueletos de lo que fue morada y donde ya no habita el recuerdo’. Manifiesto de pesares: “Hay una destrucción de la diferencia, se está uniformando la vida. Se borra todo”.

Se huye de los ruidos, del sonido del traje gris de todos los días, de la rutina, del enquistamiento de la vida cotidiana, de la ausencia de sueños. En busca de la escapada al otro lado. En busca de la fascinación. “El desierto es el lugar de la comparecencia de la palabra. Hay que ir al desierto simbólica y realmente. En el desierto, donde no hay ruidos ni exuberancia, es donde el espíritu entra en actitud de escucha. En el desierto, el poeta oye la palabra y deja que el lenguaje hable en él” (Valente, 1999).

Imágenes de Cabo de Gata (1977 y 1991) son las primeras fotografías que han entrado para un espacio permanente de la fotografía en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo. Su autor es el fotógrafo Carlos Pérez-Siquier (Almería, 1939). En 1997 sus fotografías inauguraron el Centro de Exposiciones del Parque Natural en Rodalquilar: “Hay muchas circunstancias que me unen al Parque Natural. Durante muchos años después de mis recorridos por otros lugares siempre me he refugiado en Cabo de Gata. En el Parque Natural estoy inmerso y me reanimo. Aquí hay cortijos por donde ha pasado gente que ha dejado su huella. Mi visión en esta ocasión se ha adaptado al medio que he elegido. Y es lo que he querido intensificar. Me atrae la interpretación. No me interesan los grandes argumentos oficiales. Lo importante es el encuentro con la capacidad de asombro de la naturaleza, como lo tiene la realidad”. Paisaje oculto. Paisaje desvelado. El misterio.

Carlos de Paz (Madrid, 1953) escapó en busca del desierto. Primero, encontró la atmósfera intuida en Marruecos. Le hablaron de Almería, y permanece aquí en su refugio de sensaciones. “En Cabo de Gata la luz es fundamental, esa sensación de naturaleza primitiva, la fuerza de los elementos de la tierra, primarios, de formación del mundo”.

Un lugar para sentir la imagen. Óscar Molina (Madrid, 1962), autor de Fotografías de un diario, un itinerario que nació cuando en 1998 se encontró con el paisaje de Cabo de Gata. Llevó su objetivo fotográfico por Los Escullos, Genoveses, El Mónsul, Isleta del Moro, “la fotografía es una práctica de relación, de mirar, sentir y vivir” en una estrecha relación entre poesía e imaginación, “Cabo de Gata ha inspirado y transformado mi obra lógicamente, el paisaje de Cabo de Gata es luz y sensación de espacio silencioso, un espacio para la contemplación”.

Los diálogos de la imagen con la naturaleza del Cabo son permanentes. Años. Al acecho de la observación. El paso de las aves. La sonrisa cómplice de la mirada de José Manuel Miralles y su encuentro con la alondra.

Comparece Antonio Jesús García y sus paisajes del Cine, panorámicas que buscan el espíritu del paso fugaz de las aventuras, la vida del personaje en la pantalla. El paisaje que lo construyó. La reconstrucción de las escenas de películas. Ha recuperado la escenografía del lugar sobre la imitación de las imágenes filmadas antaño. Hoy resurgidas en la fotografía. Fascinación del paisaje, ¡se rueda!

Los paisajes del Cabo han hecho fotógrafo a Ginés Asensio Chapapría (Águilas, Murcia, 1948). Una aparente desorientación en la naturaleza es la única manera de aventurarse por el espacio, la única manera de alcanzar el alma de Cabo de Gata.

Por algún lugar del Cabo deambulan las miradas de Antonio Benete o Aitor Diago. La atracción es irresistible para Martín Catoira, escapado desde Málaga a la menor oportunidad. Siempre regresa con su mirada al Cabo.

Javier Blanco permanece detenido ante el Molino de los Escullos, imagen de Cabo de Gata en la Reserva Geológica de la Alta Provenza (Francia), contempla en silencio El Mónsul, “en Cabo de Gata hay que referirse a la luz. Creo que todavía está por descubrir la imagen de Cabo de Gata en muchas horas del día y el color no está aprovechado del todo. Es una maravilla de luz que provoca en distintas épocas del año, la caída de la tarde, los cielos abiertos. Increíble”.

Francisco Bonilla encuentra en el Cabo el territorio de un diálogo insólito de imágenes, entre instrumentos musicales y el secreto del paisaje que recorre en solitario.

Y Manuel Manzano asiste fascinado al momento en que el rayo cautiva a la iglesia de las Salinas. Fue el único espectador y mantiene sin desvelar el secreto de la tormenta sobre el Cabo.

MOVIMIENTO

Cuando el cineasta suizo Alain Tanner busca un paisaje para una historia de escapada, la película El hombre que perdió su sombra, se encierra en el aire de Cabo de Gata. Y construye su historia desde esta lejanía trascendental. El espíritu de refugio es lo que también encuentra Pilar Miró para contar El pájaro solitario.

En torno al cine, surge la atracción de un paisaje que construye las historias. Como un territorio de ficción, el paisaje se transforma para multitud de historias. Los cineastas han construido leyendas. El atractivo ha seducido y justificado la atracción que emana la atmósfera cinematográfica desde dentro. Largometrajes, documentales, spots publicitarios, vídeoclips, proyectos fotográficos se refugian en este paisaje que conmueve por su poder de permanecer alejado del mundo de  los ruidos. Y tan cerca, a la vez. El paisaje es protagonista e impone la atmósfera irreal, verídica, de las imágenes.

REPRESENTACIÓN

A la llamada del aire del Cabo acuden los pintores. También, la luz. No es un secreto que el Cabo se ha convertido en un refugio temporal de pintores, en escapada. Que también esconde algunas claves de la inspiración, de la metamorfosis deseada. Con motivo del décimo aniversario del Parque Natural (1997) dos pintores protagonizaron la programación: José María Sicilia y José Manuel Broto, ambos a la llamada de Valente. Dos exposiciones, en Rodalquilar.

José María Sicilia, la luz que se apaga, “me interesa el debate de la vida”. Y para ello presenta un viaje personal al mundo de las flores como signos de todo el mundo. Orientalidad. Valente habla que “la flor es una luz plena, pero una luz que en su cénit suscita ya la expectativa de una plenitud distinta: la de su apagamiento”.

José Manuel Broto llega a Rodalquilar desde su Galicia natal, “Rodalquilar es un paisaje sobrecogedor que está lejos de cualquier cosa. Mueve a la reflexión”. Y Valente: “En Broto hay una poética de lo fragmentario, pero en el sentido de que sólo el fragmento remite o alude a la totalidad”.

Hay pintores que han hecho de Cabo de Gata lugar de encuentro personal, reflejo de una forma de entender la creatividad. Miguel Mansanet (Tetuán, 1954) estuvo varios años refugiado en Níjar. Su compromiso de refugio le llevó a descubrir la esencia silenciosa del Cabo, “desde que llegué a Níjar mi vida ha estado inspirada por el paisaje de Cabo de Gata. Antes yo era urbano y de interiores, vanidoso y egocéntrico, venía de la movida de Madrid más bruta. Y ahora estoy fuera de convencionalismos (1995).

En Ginés Cervantes Ballesta (Huércal-Overa, Almería, 1939), “la soledad es la principal obsesión de mi pintura. Cabo de Gata supone un giro en mi pintura. Cabo de Gata me ha llevado a una concepción del paisaje”. Muchos recorridos del pintor, entre San Miguel y la Rambla Morales, siempre sin tomar apuntes, solo con la atmósfera. La luz del Cabo construye la visión del paisaje.

En Toña Gómez (Málaga, 1954) está la sensación del vacío, es la mirada que se enfrenta al paisaje de las ausencias, de la nada. La atmósfera existe porque deja el campo libre a la ficción. Búsqueda incesante de horizontes desde el inicio del espacio. Toña Gómez siempre viaja al silencio.

En la pintura de Nané (Badarán, La Rioja, 1943) es perfectamente comprensible la euforia de la aventura, el viaje sobre el tiempo y el infinito con la sensación de que nunca se llega al final, “la pintura es mi obsesión y mi historia”.

Manuel Muñoz (Cabo de Gata, 1978) es experimental, vital e imaginativo, “creo en la libertad de pintar en un muro”, mientras mira alrededor, “Cabo de Gata no es que me influya, pero sí me sorprende. En una misma calle hay variedad de combinaciones de colores, materiales y formas, que me impresionan”.

José Ruiz Mateo (Almería, 1970) sigue las huellas anónimas en la arena.

Victoria Abad, en las Negras, ha establecido un pacto con el tiempo cambiante y las piedras.

Ignacio Belda Segura (Almería,. 1971) encontró su raíces artísticas en Isleta del Moro. Siempre tiene presentes los acantilados. Y pone nombre de identidad al paisaje.

El programa El Parque a través del Arte ha convertido el Centro de interpretación Las Amoladeras en un escenario para pintores y fotógrafos con un común denominador: el motivo especial temático es la interpretación del paisaje. Por aquí transitó, por ejemplo, Julio Egea López (Galera, Granada, 1962), en su faceta de pintor, obsesionado por el aspecto desasosegante de la realidad.

Los restos del naufragio están presentes en distintos autores. Los elementos arrojados por el mar, lo que desprecia la realidad cotidiana, renace con nueva vitalidad en la obra de Ricardo Avendaño, escondido un tiempo en Las Negras, a través de Ruinas (1998): Había una vez una mesa-camilla que se quedó olvidada después de muchos años, quién sabe cómo se mide el tiempo de los objetos más próximos. El objeto permanece para millones de remiendos y olvidos. Desperdigados en trozos el corazón que escuchó encuentros junto al fuego, tuvo que esperar en silencio. No consta el lugar y cómo fue el momento del encuentro con Ricardo Avendaño, pero es fácil de  intuir. En silencio y junto al aire bajo el cielo. O en los interiores del sótano. Camuflado. El pintor vio el secreto del paisaje.

En la obra de Manuel Fernández Castilla (Almeria, 1950), “el arte me mantiene vivo”, en un periplo viajero por las arenas de la playa, por los espacios naturales, es la historia de los naufragios sobre los que ha cimentado su sueño cotidiano. El escultor ha sacado las leyendas de los restos de la naturaleza para promover los derechos humanos de las rocas y de los troncos desahuciados.

Es un mundo de desechos en el que también sobrevive Uli Rutz.

Las rocas volcánicas son la puerta de entrada al mundo del escultor Uli Schwander.

Un sentido utilitario, una oportunidad a los elementos proletarios del suelo, las basuras, se encuentra en la obra de Rafael Ebrero, “Cabo de Gata me ha influido por el paisaje, por el ambiente, allí  comenzó mi concienciación sobre la basura, influye en mi forma de vivir, en el ambiente. Y en mi propia concienciación social”.

En este mundo de náufragos se encuentra Lucía Esteban, “me muevo entre la expresión de dificultades y la ironía de  la vanidad del mundo”, en sus paseos por la playa, “me interesan los procesos en que la materia se degrada, me encantan las formas que la naturaleza dibuja por si misma, la naturaleza pinta colores y dibuja, y eso me interesa mucho”.

Elo Vega (Huelva) permanece en Fernán Pérez, “mis esculturas responden a los sentimientos humanos”.

Menchu Gómez Martín (Canarias) quedó cautivada por la luz cambiante de Almería, y un viaje efímero se hizo permanente, “el Mediterráneo es un pájaro amarillo”. Tras trabajar con restos de naufragios, ha desplegado su sensibilidad más singular al dibujo de los lugares que la mantienen. Mundo del Cabo de Gata. En el mismo lugar donde pasó victorioso el sacrificio de Ulises, maldiciendo no poder permanecer cautivo en el refugio de las Sirenas. El largo tiempo del deseo ante un amor imposible. El faro hace guiños al aire, sabedor de que sus palabras son reflejos que viajan a la velocidad de la luz, al otro lado del tiempo. Palabras por ecos del aire. Y el mar.

En este paisaje de los sentidos. Llueve.

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