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El túnel y las ausencias

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

Los representantes del PP cometieron el martes un error que revela hasta qué niveles de contradicción está instalada la clase política. Cuando a las 12 horas y 57 minutos de ese día la tuneladora rompía, con la precisión de un cirujano, la pared de piedra y tierra que conectaba los dos tramos que conforman el túnel de más de siete kilómetros que atraviesa la sierra de Sorbas por el que transcurrirá el AVE, entre los aplausos que sonaron no estaban los de los diputados, senadores y parlamentarios andaluces del PP.

La mayor obra de ingeniería realizada en la provincia (el túnel de Sorbas es el más largo de Andalucía y el más complejo por la composición tectónica del terreno) y, sobre todo, la satisfacción de ver cómo la Alta Velocidad está cada vez más cerca (aunque todavía queda un largo trecho por recorrer) fue desdeñada, con su ausencia, por quienes no quisieron mirar con las luces largas de lo que es un proyecto que trasciende a los gobiernos, supera los límites provinciales y nos introduce, sin retorno, en la geografía de las comunicaciones del futuro.

En Almería -donde hemos llegado tarde a todo y siempre-, podemos llegar en hora a la alta velocidad, y algunos, en vez de compartir la alegría por lo que sólo es un paso hacia la estación término, pero un paso técnico y económico importantísimo (doscientos cincuenta millones de euros es el presupuesto de las obras del túnel), rechazan la invitación a participar en la celebración.

Puede aducirse en descargo de su ausencia que no hay por qué celebrar lo que no es más que una circunstancia -importante sí, cargada de simbolismo, también, pero circunstancia al cabo- del proceso de obra. El riesgo de utilizar este argumento es que, para hacerlo, hay que tener las alforjas vacías de asistencias a puestas de primeras, segundas o terceras piedras organizadas por sus gobiernos. Y no es el caso. Porque ¿a qué argumento hay que acogerse para justificar la contradicción de haber asistido a la colocación en Huércal-Overa del primer tubo del trasvase del Ebro y no hacer lo propio cuando lo que se celebra es la conexión de los dos tramos de un túnel de siete kilómetros y medio en Sorbas? A aquel tubo (y una vez terminada la fiesta), sólo le acompañó la soledad provocada por la negativa -censurable- del PSOE a respaldar el trasvase. A este primer túnel le acompañan las obras de otro segundo túnel, los millones de metros cúbicos de tierra que se están moviendo en lo que es la traza de los diferentes tramos de la línea Almería-Murcia y el trabajo continuado de cientos de trabajadores. ¿No está entonces más justificado asistir a una realidad que a un deseo?

Pero si las ausencias del martes pueden ser interpretadas como una decisión equívoca -alguien puede llegar a pensar que no se alegran del paso porque lo ha dado el gobierno- o equivocada -¿tampoco asistirán cuando se alcance otro hito en el desarrollo de la obra si quien lo convoca es un gobierno del PP?-, lo que es inasumible es la carencia de escrúpulos para exhibir, a la menor ocasión, la enfermedad infantil del sectarismo. Una patología que afecta por igual a todos los partidos y que trasciende el territorio controvertido del protocolo de celebraciones de obras públicas para adentrarse en escenarios más domésticos como conferencias, encuentros o actos culturales.

Por la forma se llega al fondo y esa obstinación en no compartir escenario cuando el actor principal es una institución de otro partido es un ejemplo, un mal ejemplo, de inmadurez personal, déficit de estilo político y carencia de compostura ciudadana. Asistir a un acto al que se es invitado no significa, en modo alguno, la existencia de connivencia con el anfitrión, ni, tampoco, la disminución en los niveles de crítica o fiscalización a que está obligada, por definición constitucional, la oposición.

En treinta años de democracia los españoles hemos avanzado mucho, muchísimo, en tolerancia compartida y en respeto mutuo. Sólo los políticos -de todas las tribus- se obcecan en parapetarse en la fragilidad argumental de sus trincheras para convertir la necesaria discrepancia en un campo de batalla en el que nadie gana porque todos pierden.

Los representantes públicos del PP invitados por el gobierno debieron asistir al acto de Sorbas. Como habrán de hacerlo en el futuro los representantes del PSOE si cambia el gobierno. Hacer lo contrario es un ejercicio de torpeza que sólo aminora el crédito social de una clase dirigente que no anda sobrada en la valoración ciudadana; todo lo contrario.
(www.lavozdealmeria.es)

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