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Zurriagazos

José Fernández
Periodista

Albergo razonables dudas acerca de la efectividad de la nueva ordenanza municipal que trata de prevenir mediante el uso de sanciones los comportamientos incívicos. Los esfuerzos inútiles sólo nos conducen, decía Ortega, a la melancolía. Y sólo desde la melancolía puede contemplarse la idea de que un ciudadano almeriense desista, incluso ante la posibilidad de ser severamente multado, del placer de esturrear las cáscaras de pipas por donde le plazca o de liberar la musculatura del esfínter en plena calle cuando la noche le confunde.

Llámenme pesimista o considérenme poco propenso a la lírica, pero si lo de la ordenanza del equipo de Gobierno produce incertidumbre, lo del grupo socialista, que pretende que se creen comisiones y foros que estudien, debatan, analicen y propongan medidas para concienciar al ciudadano, suena tan realista como enviar a los teletabis a Afganistán y traer a la Legión de vuelta a casa.

Así que ustedes disimulen, pero creo que la única administración pública que ha conseguido una entusiasta implicación de la ciudadanía en la conservación y limpieza de las calles ha sido el gobierno de Singapur, en donde al que sorprenden tirando un chicle al suelo le conducen a la comisaría más próxima para que un amable funcionario le suministre diez o doce zurriagazos con una vara. Ya sé que es una medida incómoda de defender, pero créanme que las aceras de Singapur están como un jaspe.

En todo caso, y sin llegar a tan desagradables extremos, creo que se avanzaría mucho si asumiéramos que la base de la convivencia es el respeto. Y que quien hace el cafre, de entrada, se está faltando el respeto a sí mismo.

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