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Tres películas para un cine español

Miguel Ángel Blanco Martín
Periodista

Hacia dónde camina el cine español de hoy es una pregunta que no encuentra respuestas convincentes. Son inquietudes que están en primer plano de la actualidad ante la proximidad de la entrega de los Premios Goya. La crisis no ha podido afectar al cine español, porque siempre ha estado en crisis. Y lo que ha salvado, después de todo, a la identidad de nuestro cine es el mundo de los creadores. Tanto pensar en el público, a ver cómo lo conquistamos y lo seducimos, que al final el resultado es fallido. El cine español, como la literatura o el teatro, por ejemplo, se salva cuando el autor deja de preocuparse del público y se dedica a realizar lo que siente. Y si es con una historia propia, mejor. Luego vendrá todo lo demás, si es que tiene que venir. Entre otras cosas, porque el público no es uniforme. Seguramente, para que el público indague en la búsqueda de un cine propio, tendrá que iniciarse en sus propias inquietudes. Y para eso la educación es fundamental. Difícilmente, en un país con más de un treinta por ciento de abandono escolar, puede surgir un público mayoritario con inquietudes.

Con este panorama educativo y social, el mundo de los creadores será cada vez más minoritario. La única salida, en estas circunstancias, es la evasión. Por eso, lo mejor que pueden hacer los cineastas es olvidarse de este laberinto de interrogantes y esperar, dentro de las concesiones que se hacen, porque siempre hay concesiones y servidumbres. En este panorama tiene mucho que ver el mundo empresarial cinematográfico. Mientras tanto, pueden hacer películas para un público consumidor con las reglas y modelos propios. Ya saben: erótica o pseudoporno, cachondeo, juventud televisiva, evasión, chistes, en fin, más o menos como lo que sale en las series y culebrones. Y a ver si esto funciona, de manera que en medio de tanta morralla puede aparecer un buen ejemplar.

 Hay tres películas que se han situado en primer plano, candidatas a los premios según las opiniones más oficiales. Pa negre (‘Pan negro’) de Agustí Villaronga, Balada triste de trompeta, de Alex de la Iglesia, y También la lluvia, de Iciar Bollaín.  Los tres casos, un cine en torno a nuestra historia, lo que no deja de ser significativo.

En primer lugar, está Pa negre, una película desapercibida. Cuando se estrenó, el público pasó totalmente de ella. Tras la nominación, volvió a las salas comerciales y el público empezó a interesarse. Es lo mismo que pasó con Solas. Tengo la sospecha de que detrás de la escasa respuesta de público a Pa negre se esconden prejuicios. La película entra en el mundo de la ‘Cataluña profunda o negra’ (lo mismo que decir la ‘España profunda’ o ‘España negra’), rodada en catalán con subtítulos en castellano, aunque hay personajes que sí hablan en castellano. Creo que me explico. No está mal acostumbrarse a un cine original rodado en catalán, vasco o gallego y aceptado en todo el ámbito del país. Tiene que ser posible. En Pa negre está el rigor de la narrativa de cine, de contar una historia donde la imagen va desvelando e intuyendo situaciones y hechos, por donde transitan personajes reconocibles en nuestro mundo, que conducen irremisiblemente al trasfondo de una realidad que todavía encierra asignaturas pendientes. Y detrás de ella está Agustí Villaronga, uno de los llamados ‘cineastas malditos’, porque sólo encuentra la gran respuesta de un público minoritario que sabe de qué va la cosa. En mi opinión, es la película merecedora del Goya.

Con Balada triste de trompeta, Álex de la Iglesia ha rodado un esperpento de las dos Españas, un buen guión. Pero, aquí está la cosa, con la banda sonora musical se ha cargado la película. La estridencia impide ver las imágenes. Y el cine va de contar historias con imágenes, no con ruidos. Balada triste de trompeta se mueve entre el documental y la ficción, entre el blanco y negro y el color, para recorrer la historia de las dos Españas, desde la guerra hasta el final del franquismo. Una gran metáfora que encierra muchos guiños al cine clásico. Especialmente con el final, una espectacular persecución por la Cruz de los Caídos, al igual que el final de Con la muerte en los talones, de Hitchcock. De todas maneras, lo mejor de la película es el principio. Y luego se desmorona, resurge y se queda en el aire, por la maldita banda sonora.

Y finalmente, También la lluvia, otra apuesta interesante de Iciar Bollaín. Aquí se trata de entrar en la historia de la ‘conquista de América por España’. También tiene su sentido documental, en torno al rodaje de una película sobre el tema, en un país latinoamericano, que vive una revuelta social de los indígenas por el precio del agua. Iciar Bollaín resuelve con imaginación una historia que mueve el cine dentro del cine. La cámara de También la lluvia es la misma de los personajes que ruedan una película en los Andes. El público recibe información directa sobre las tropelías de los conquistadores españoles, ayer, y de los abusos de las empresas y gobiernos de hoy. Los indígenas, ayer y hoy, son siempre las víctimas.

Entre estas tres películas va la cosa. Claro que también esta en las sombras, el Buried (‘Enterrado’) del cineasta español Rodrigo Cortés, que ha realizado una buena y angustiosa película norteamericana.

En fin, películas españolas para un cine que explica hacia dónde camina, no sólo el cine, sino el país entero, por no decir el planeta.

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