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Futuro imperfecto

David Uclés
Director del Instituto de Estudios de Fundación Cajamar

Otra vez los precios de las materias primas han comenzado a subir. El petróleo se pasea en las proximidades de los 100 dólares por barril y, con él, suben la mayor parte de los productos relacionados; como los cereales (vinculados al petróleo no sólo por el proceso de transporte, sino también por el de la producción de biocarburantes). Otra vez las organizaciones internacionales nos previenen del riesgo de hambrunas derivadas no ya de sequías, sino de la escasez de alimentos en los mercados de consumo humano.

El agricultor almeriense que lea esto se quedará perplejo: ¿Que suben los precios de los alimentos? ¿Y eso dónde es? Es difícil entender esto cuando sus productos llevan 20 años perdiendo valor y viéndose obligados a aumentar su productividad para seguir en el mercado. Y es que el aumento de la demanda de nuestras hortalizas se ha visto más que compensado por el crecimiento de la oferta, presionando a la baja los precios. En ese contexto, la gran distribución ha ido haciéndose cada vez más grande, pudiendo establecer condiciones de compra mucho más favorables y dando una vuelta de tuerca más a los productores.

Las respuestas son más sencillas e intuitivas de lo que parece. Nuestras producciones, aunque resulte paradójico, son de elevado precio, y mantienen una elevada elasticidad renta. Es decir, el consumo requiere un mínimo de renta y, a la vez, los incrementos de renta conllevan crecimientos del consumo. Esto es una buena noticia, pero implica también una cierta limitación en el tamaño de nuestro mercado consumidor. Y también implica un interés evidente de todos los productores por entrar a vender en los mercados de mayor poder adquisitivo. Y Europa es uno de los mayores del mundo.

Otra ventaja-problema para las producciones de hortícolas es que son perecederas, lo que implica que los tiempos y condiciones de transporte influyen directamente en la calidad (y el precio final) de los productos. Esto limita el alcance geográfico de nuestras exportaciones y establece un límite físico a las mismas que sólo podría salvarse con alguna innovación relevante en la conservación de este tipo de productos. Aunque, incluso así, el límite seguiría existiendo, porque esa innovación estaría disponible con toda seguridad para todas las zonas productoras.

Así que ante este panorama, ¿qué podemos hacer? Lo primero es visualizar la agricultura no como un sector independiente, sino como una parte del sistema agroalimentario y como un elemento central de todo un sistema productivo. Este planteamiento nos permitiría visualizar el problema desde perspectivas diversas. Por ejemplo, la entrada en los mercados de productos terceros son amenazas para la producción primaria, pero también son una oportunidad para la industria y servicios auxiliares de la agricultura (ISA), entre ellas las productoras de insumos y elementos estructurales, o los transportistas y comercializadoras. Estas entradas también suponen un acicate a la mejora de las estructuras y producciones locales, en el sentido de que nos exigen más calidad, más información al mercado y más salubridad.

El futuro no es sencillo, seguramente será muy complicado, pero si nos ponemos a comparar la situación de la agricultura almeriense con la de otros países, incluso de los que nos hacen la competencia desde hace menos tiempo, podemos considerar que estamos aún en mejor situación. No sólo es que tengamos aún un importante margen de mejora en la producción primaria propiamente dicha, sino que también hay grandes oportunidades dentro de todo el sistema agroalimentario europeo y del ISA almeriense.

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