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Reflexiones sobre la educación de nuestros hijos

Juan Carlos Tortosa López

Últimamente nos invaden las noticias referentes a problemas sociales que afectan de lleno a la educación, en los Centros Escolares, Institutos de Secundaria, Bachillerato y algo menos en la Universidad. Quedamos perplejos al informarnos de que un chico o chica ha sido detenido por agresión a un profesor, unos padres o madres se han visto en situaciones similares e incluso por qué no, algún profesor se ha visto involucrado en una pelea con alumnos.

Siempre nos surge en primer plano un pensamiento que rápidamente responsabiliza de todo lo relatado al Gobierno y a las leyes que nuestros legisladores aprueban. Pero ¿hemos analizado en profundidad todo lo que rodea a estos hechos? ¿Hacemos juicio de valores, para determinar por qué se aprueban esas leyes?

Analicemos una situación cercana. Recientemente, de manera graciosa y haciendo gala del buen sentido del humor del creador, se ha hecho circular un correo electrónico en que unas imágenes nos hacían reflexionar sobre el antes y el después de la misma situación ante un problema con las notas de nuestros hijos y su comportamiento dentro de la comunidad educativa que forman, junto con nosotros los padres. En él se podía apreciar la gran diferencia de respuesta ante la misma situación, respuestas que han pasado de un extremo a otro. Sin pasar por la zona media, equilibrada, que es la óptima y la que tiene capacidad de solucionar problemas. Sigamos analizando, mantenemos conversaciones de los problemas de los institutos y los colegios sin escondernos de nuestros hijos, independientemente de la edad que tengan, problemas que  en nuestras palabras pueden pasar de ser un problema particular a un problema general de la comunidad educativa. De esta forma, sin darnos cuenta, estamos contagiando de mala influencia a nuestros hijos y dando forma a una agresividad contenida que en cualquier momento puede surgir, amén de la enseñanza precoz de la trasmisión errónea de información cargada de manera subliminar de rabia y odio hacia los implicados en las distintas situaciones. Información que será trasmitida por nuestros hijos hacia sus compañeros, de forma inocente, pero con consecuencias catastróficas.

¿Por qué ocurren estas situaciones? Y ¿quiénes son responsables? 

Cada día funciona mejor la búsqueda errónea de soluciones en el corrillo de la puerta del centro escolar, en las visitas o llamadas telefónicas para informar a todos los posibles afectados de un problema en el Centro Escolar, problema que, como ya he comentado, generalmente suele ser particular y que se pretende convertir en general para solucionarlo con más fuerza y con el único propósito de la venganza, implicando a un colectivo que nada tiene que ver en el problema y casi de forma involuntaria se implica, a veces en mayor profundidad que los verdaderos afectados.

Razonemos, ¿esto es culpa de la Ley?, ¿qué ocurre, necesitamos estar cohibidos de libertad para que no ocurran estas cosas?, ¿tienen que estar los valores humanos regulados por la legislación vigente? Desde ese momento y en mi opinión dejaríamos de ser humanos, para convertirnos en una especie aún por determinar.

Sinceramente creo que hemos pasado de ser niños a ser padres y solo hemos experimentado un crecimiento físico, pero no estamos capacitados, o mejor dicho no estamos mentalizados, en el nuevo papel que tenemos que ocupar. Papel que implica la educación en valores de nuestros hijos, valores que conocemos y que están aletargados en nuestro interior, creyendo que son cuestiones del pasado y que no son de aplicación en nuestro tiempo. Y como he dicho antes, en el momento que no aplicamos esos valores a nuestro día a día dejamos de ser humanos.

Existe la figura de la Escuela para Padres y es algo que no tiene mucha aceptación entre los mismos, pues debemos de ser conscientes que necesitamos despertar esos valores aletargados, por el bien de nuestros hijos y para tranquilidad nuestra, al comprobar que su avance en la comunidad educativa es el correcto.

Debemos aprender a afrontar los problemas como padres y adultos, no enfrentarnos como los niños que éramos hasta hace relativamente poco tiempo, con la madurez que implica la nueva responsabilidad que tenemos que afrontar, entendiendo dicha responsabilidad sin intentar volcarla de forma sistemática en los demás.

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