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Sólo eran dos niños

Pedro Manuel de la Cruz
Director de La Voz de Almería

La estupidez humana no tiene límites. La maldad tampoco. El drama surge cuando una y otra se juntan y la fatalidad hace el resto. Una niña de seis años ha muerto en Níjar porque, según las primeras investigaciones, a un imbécil, sólo o en compañía de otros, se le ocurrió desenroscar los tornillos de sujeción de un aparato de gimnasia en un parque público. Una niña de seis años fue a jugar al parque, quizá como otras muchas tardes y, como quizá otras muchas tardes, intentó jugar con aquel juguete tan raro y a la vez tan divertido con el que lo había hecho otras veces. Pero esta vez la sujeción era sólo aparente. Un desalmado quitó los tornillos y su cretinismo le ha convertido en homicida.

La idiotización progresiva de tipos con vocación estética por acampar fuera del sistema, no sólo genera gastos en el arreglo de los desperfectos que ocasionan sus comportamientos, sino que, como ocurrió el miércoles en el parque nijareño, provocan dramas irreparables y sin remedio.

Cuando oigo a alguien valorar lo “políticamente correcto” como una losa de la que hay que desprenderse, me echo a temblar. Lo correcto -en política, en cultura, en educación, en urbanidad- puede ser más o menos afortunado, más o menos deseable, censurable unas veces, elogiable otras; pero, al cabo, se enmarca en un clima de normalidad ciudadana en la que, mejor o peor, todos podemos sentirnos más o menos cómodos.

Donde no hay comodidad es en lo incorrecto. Un joven lleno de furia y odio que quema un contenedor embriagado por la fiebre del sábado noche no es un héroe que lucha contra el sistema. Es un borracho que sólo busca perturbar el bienestar de los demás simplemente por el placer de hacerlo; quien de madrugada hace un alto en su regreso a casa para romper, una y otra vez, las gafas de John Lennon en su imposible escultura de la Rambla, no es un héroe que lucha contra lo establecido, es un cretino al que no le han enseñado que lo que está rompiendo es algo que quizá él mismo contribuyó a levantar con sus impuestos. Su cobardía sólo es comparable a su estulticia y, despojados del anonimato, no serían capaces ni de toser para no perturbar el vuelo de una mosca por miedo a que le pique.

Tal vez nunca sabremos el nombre del canalla que, con su estupidez, ha roto el paisaje hermoso de una niña que encontró la muerte cuando apenas había llegado a la vida.

Lo que sí sabemos es la actitud del alcalde de Níjar asumiendo la responsabilidad a que haya lugar (los parques son lugares públicos aunque el homicida es un privado carente de inteligencia) y atendiendo y consolando y ayudando a la familia en un dolor que debe doler tanto que nunca podrá ser descrito.

Escribo esta reflexión sobre el alcalde de Níjar y me acuerdo de otros responsables que ocultaron o intentaron ocultar presuntas responsabilidades paramunicipales en la muerte de otro niño por una ineficaz sujeción de un elemento adherido a una fachada. El tema, del que se ha escrito poco y al que la prudencia hacia el procedimiento en marcha -y la vocación por no añadir más dolor al ya (y todavía) sufrido-, aconseja discreción, sigue su marcha, lenta, pero implacable y, ya verán, al final todo se acabará sabiendo; y pagando.
Lo diferencia entre los dos dramas es que mientras en Níjar fue un cretino quien anuló la sujeción, en el otro municipio fue presuntamente la avaricia la que incumplió el pliego de condiciones y los mecanismos utilizados para garantizar la seguridad fueron sustituidos por otros de menor coste.

Claro que como, a veces, Dios o la Justicia son justos, quienes callaron o fueron cómplices por omisión in vigilando de la muerte del niño, ya saben lo que es la cárcel y, previsiblemente, van a saberlo durante algún tiempo más. Lo que tal vez no sepan todavía, pero ya lo sabrán, es que el principio de su calvario estuvo, quizá, en aquella sujeción de poco precio y mucha avaricia de la que eran cómplices en aquellas noches de vino y rosas en las que, como los necios que destrozan el mobiliario de un parque, se creían los dueños del mundo. Lo que ninguno de estos presuntos homicidas pensó nunca- para eso hay que tener decencia – es que no hay ninguna razón que justifique la muerte de un niño; sobre todo si quien la provoca es un imbécil o un ladrón.
(La Voz de Almería) 

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