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La expulsión de inmigrantes en Francia

Manuel Recio
Consejero de Empleo de la Junta de Andalucía

Habrá un día en que todos, al levantar la vista, veremos una tierra que ponga libertad”. Valgan sus propias palabras como homenaje al poeta, cantante, político y hombre irrepetible que fue José Antonio Labordeta y que se nos acaba de ir. Valgan también para iniciar esta reflexión sobre la expulsión de gitanos rumanos que están llevando a cabo Francia, sin recato, y otros países europeos de forma callada. Valgan para pedir cordura y sentido común, para alertar de los males que nos acechan y para, a pesar de todo, proclamar un canto a la esperanza, verdadero sentido del poema de Labordeta.

Pienso mientras escucho al cantautor aragonés, que es terrible que determinados políticos de la derecha enarbolen la bandera de la exclusión del diferente. E insufrible se me hace que haya pueblos dispuestos a seguirles. Ante una situación que se repite con demasiada frecuencia -primero fue Berlusconi y ahora Sarkozy- habría que preguntarse: ¿qué fue primero, el huevo del populismo, o la gallina de un sector de la ciudadanía dispuesto a prestar oídos a esa forma de hacer política?

No quiero caer en el error de meter en el mismo saco a todos los franceses, que viven en un país de larga tradición de acogimiento y asilo. Sé que millones de ellos se oponen a la expulsión de gitanos que pone en práctica Sarkozy escudándose en la demencial asociación de la delincuencia con esta etnia. Iba a escribir que Sarkozy olvida que los delitos los cometen las personas, no las etnias, pero caigo en la cuenta de que lo sabe y actúa con plena conciencia de su atrocidad. La mayor mezquindad es que lo hace porque necesita un chivo espiatorio al que cargar los errores y desviar la atención de las críticas tratando de recuperar algo de popularidad.
Popularidad, ésa es la clave. Entre los ciudadanos están los que aplauden a los xenófobos, los que les silban y los que se proclaman no racistas, pero agregan que se lleven lejos de sus casas a los gitanos, moros, negros… Sin embargo, con los derechos humanos no hay ‘pero’ posible, ni medias tintas, ni nadar y guardar la ropa.
Los derechos humanos -no ser discriminado por razón de sexo, raza o etnia es básico- se cumplen y punto. Aunque a alguien le pueda resultar molesto. Más aún los poderes públicos, cuya responsabilidad de preservar la convivencia en un sistema democrático trasciende toda ideología. Cualquier paso atrás en esta cuestión es un grave retroceso en las conquistas de la humanidad y abre un portillo por el que pueden colarse, en tropel, los cuatro jinetes del Apocaliplis. (Convendría volver a ver la película de ese título dirigida por Minelli en 1962 sobre la llegada de la intolerancia a Europa).
Resulta especialmente preocupante el viento de rechazo que parece azotar otra vez el viejo continente y si no fuera porque soy alérgico el fatalismo caería en la tentación de decir que el ser humano ha avanzado poco desde la Edad Media, cuando empezaron las primeras expulsiones en nuestro país.
Me gustaría terminar esta reflexión invitándoos a leer un par de bitácoras muy interesantes, de las muchas que han escrito sobre este asunto, con opiniones para todos los gustos. Por un lado, las palabras del catedrático de Sociología Antonio Izquierdo, que escribe desde las páginas de ‘Público’.
Por otro, un post muy interesante en el blog de la periodista Patricia Costas que, además introduce en el debate un elemento muy interesante que es la visión que de los gitanos se tiene en redes sociales de la importancia de Facebook.

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