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Taurinos y antitaurinos

Emilio Ruiz
Director de La Cimbra
www.emilioruiz.es

Las corridas de toros, tal como se entienden hoy, tienen su origen en el siglo XVIII. Y prácticamente desde el mismo día de su nacimiento han vivido inmersas en un ambiente de polémica. Sorprende que haya tanta gente que crea que es nuevo este debate de “toros sí/toros no”. Ni pensarlo. Fernando VI sólo admitía corridas de toros con fines benéficos y Carlos III llegó a prohibirlas en 1771, lo mismo que Carlos IV a principios del XIX, si bien es cierto que en ambos casos la gente hizo caso omiso. Más recientemente, Francia acotó la celebración de corridas a “aquellos lugares donde se demostrase que son una tradición arraigada ininterrumpidamente”, las plazas del sur, y Canarias las prohibió en 1991 promulgando una ley que impide “la utilización de animales en peleas, fiestas, espectáculos y otras actividades que conlleven maltrato, crueldad y sufrimiento”.

El caso de Cataluña ha sido, pues, el último, pero no el único. Es cierto que la conjunción de dos elementos coetáneos, como la sentencia del Estatut y el debate sobre la prohibición, han dado a éste un aire especial. Pero nadie puede ignorar que todo el proceso catalán se ha desarrollado en un ambiente de respeto a los principios democráticos. La propuesta surgió de una iniciativa popular, se han oído y escuchado a defensores y detractores de la fiesta y los legítimos representantes del pueblo, en uso de sus atribuciones, han determinado lo que consideran lo mejor.

Precisamente porque el debate no es nuevo y porque, querámoslo o no, va a estar presente durante mucho tiempo en la vida española, sería conveniente que taurinos y antitaurinos se acostumbraran a convivir en un ambiente de respeto mutuo. Espectáculos como el del otro día, a las puertas de la plaza de Almería, son lamentables desde cualquier punto de vista que se mire. Ni los taurinos son asesinos ni éstos tienen por qué identificar a la fiesta con el sentimiento hacia lo español. Eso de “¡soy español, español, español…!” hay que dejarlo para el fútbol, que es donde nos va bien, y lo de “¡asesinos…!”, gritenselo, por favor, a quienes se dedican a destruir vidas humanas.

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